Puedo afirmarlo con absoluta convicción: si cada barrio capitalino, cada ciudad, cada pueblo, cada comunidad de nuestro país tuviese un grupo de lectura organizado (¡y es tan fácil: mínima infraestructura, y acceso a los libros, muchos de ellos hoy en día habitantes del ciberespacio!), Costa Rica sería otra cosa. Infinitamente más cultivada, más lúcida, más dueña de su destino, más libre y democrática. “Sed cultos para ser libres” -decía José Martí.
La democracia no es el derecho al voto. Eso es sufragio, y es una loable mecánica electoral: eso es todo. Democracia es tener acceso a la cultura y el conocimiento. Sin ellos perece. Cualquier nación inculta es manipulable, víctima fácil de los demagogos y los predicadorzuelos de pacotilla. ¿De qué le sirve a un pueblo ejercer el derecho al sufragio, si, carente de elementos de juicio, va a terminar votando contra sus propios intereses, poniéndole a su verdugo el hacha en las manos?
De nuevo: ¿qué hace falta para organizar los grupos de lectura? Un lugar para reunirse (casa, garaje, galerón), libros, y la participación regular, como invitados -y tengo la certeza de que todos colaborarían- de nuestros escritores, pensadores, intelectuales. Que vayan a ofrecer orientación, inspiración, a compartir su sentir en torno a la literatura, a dar su testimonio de la belleza: no se trata de sentar cátedra doctamente o a hacerse tratar como prima donnas. Tan simple como esto: decir: “Amigos, amigas, mi vida ha sido más plena, más lúcida, más hermosa gracias a la lectura, y les voy a decir por qué y de qué manera tales y tales libros han cambiado mi existencia, mi cosmovisión, mi comprensión del ser humano”. E invitar a la gente a participar, de manera que, en lugar de una conferencia dictada ex-cathedra, la actividad se convierta en una liturgia de la palabra, en una indagación conjunta e interactiva de significados, de nuevo: en gozo compartido.
¿Está esto pegado al cielo? Digo que en cada barrio debería haber un club de lectura, pero me quedo corto: cada cuadra debería de tener tal tipo de agrupación. Interés sobra, libros sobran, voluntad sobra, intelectuales y educadores -tengo para mí que no se puede ser una cosa sin la otra- sobran, y la infraestructura (a diferencia de los requerimientos de una orquesta sinfónica, un teatro o un museo) no sería en este caso un problema. Esto sería integrar a la sociedad. Mi experiencia con los grupos de lectura es gratísima: he aprendido inmensamente de ellos, he sentido por todas partes la buena voluntad, la disposición, la curiosidad intelectual de las personas… ¡Esa Costa Rica es perfectamente concebible, no estoy proponiendo una quimera digna de la Utopía de Tomás Moro o de La República de Platón!
Amigos: somos un país instruido (etimológicamente, que tenemos los instrumentos para aprender). De ello no se sigue que seamos cultos. Resta saber en qué usamos nuestros instrumentos: ¿para leer a Corín Tellado, o a Shakespeare? La lectura es un ensanchamiento del vivir, una dilatación de la conciencia, una ventana hacia el corazón de la criatura humana, un diálogo con la historia -la única forma que jamás tendremos de hablar con personas muertas hace milenios-, un gozo sensorial, intelectual, y -uso la palabra en su más profundo sentido- erótico. Yo me apunto a hacer las veces de baquiano. Si mañana mismo los ministerios de cultura o educación me organizaran una gira tocando piano o discutiendo libros en los más remotos confines del país, ahí me tendrían, como al más incondicional de sus soldados.