Cuando en agosto del año pasado hice mudanza, a trescientos metros del apartamento que ahora ocupo, estaban realizando unos trabajo de construcción en una casa. La vivienda no era nueva y al principio me pareció que iban a arreglar el garaje.
Cavaron un hueco como para un cuarto bajo tierra, revolvieron arena y cemento como para terminar la 32, taparon, colocaron unas piezas de piercing y las rellenaron con láminas de fibrolit, pintaron, colocaron bancas, un moledero a manera de mesa y terminaron todo antes que la 32, la ruta a San Ramón, los trabajos en La Gallera y la eterna ruta a San Carlos. Claro, es una construcción más pequeña. Se hizo pese a que no se tenía todo el derroche de recursos de aquellas obras. Es una soda.
El viernes, camino al gimnasio, vi que estaba llena de comensales y que había gente esperando hasta en la acera. Me alegré. Tanta inversión, tanto esfuerzo, tantas esperanzas colocadas en el negocio y qué bueno que le va bien. O por lo menos eso aparenta. Lo demás es gerencia, aunque ninguna gerencia salva a una empresa en momentos difíciles, como un default financiero. Pero en economías más estables, la mayor parte del éxito depende de cómo se gerencia un negocio.
Después del gimnasio regresé por otro lado. Pasé frente a una cuadra donde ahora sobran los puestos de lotería. Uno de ellos ocupa el local donde antes hubo una barbería. Incluso, durante un tiempo compartieron local, alquiler y costos, con la venia del propietario del edificio. Al final sólo quedó la venta de lotería. Pensé en cuánto cambió el negocio. Empecemos por decir que ahora hay una barbería en cada cuadra y siguen usando el mismo tipo de silla.
De ahí en adelante hay una adaptación a los nuevos tiempos, incluyendo citas para cortes y otros menesteres; atención de hombres y mujeres; servicio para menores en edad en sus primeras peluqueadas y que dan gritos, como en un gol, en medio de la congoja de sus padres, madres y abuelas; regalan confites, café, agua o gaseosas; te lavan la cabeza; dan masaje en espalda y nuca con un aparato de esos que parece comprado en ofertas de televisión; y reciben el pago en efectivo, vía Sinpe o tarjeta (con una tarifa distinta cada uno). Hay otra diferencia.
Aprovechan las redes sociales para promoverse, realizan ofertas y así te cobran según el sitio: las que están centros comerciales pueden ser más caras, en particular si no tienen competencia. Para los viejos barberos esos cambios no son fáciles de enfrentar. Tampoco lo son para otros negocios, grandes o pequeños, como la soda, e incluso para profesionales.
Lo veo a diario. Entre mis conocidos y conocidas tengo ejemplos de lo que se debe hacer para comunicarse con las audiencias y diferenciarse de tanta gente que también utiliza las redes. Revisó sus publicaciones y no dudo que son ejemplo.
El denominador común: generan contenidos para sus seguidores haciendo un mix entre publicaciones personales (selfies de actividades, paseos, y otras relacionadas con la temática principal) y fotos y videos que trabajan con algún profesional; brindan consejos, recomendaciones, frases motivacionales, historias de experiencias, e invitaciones; interactúan con sus seguidores, tanto contestando sus consultas o comentarios cómo participando de las publicaciones de ellos (¿un like no cuesta nada, verdad?); e invierten en publicidad digital para que su contenido se mueva y logre sus objetivos. Tienen una estrategia. Saben que no es suficiente colgar una foto o un contenido a lo loco, por colgarla en las redes, y que se puede hacer poco, con calidad, con inteligencia y para obtener resultados.
En el lado contrario veo muy buenos profesionales en su respectivo campo que no generan contenido o que lo hacen de mal gusto (algunos usan ¿power point?), con poco trabajo y cuidado gráfico, a lo que salga o se les ocurra. Si lo hacen, lo hacen sin un plan claro, creyendo que lograrán resultados sin invertir y con solo publicar cualquier foto o slide. (Al menos hacen el esfuerzo.)
A los primeros son los que veo tan perdidos como en el Triángulo de las Bermudas o el carajo que acaban de rescatar de las selvas amazónicas de Bolivia. Le pregunté a una amiga que es profesional independiente y apenas tiene uno o dos clienes. “Lo sé. Me lo preguntó ahora un muchacho y sé que tengo que hacerlo”, me respondió. No es la única. Le pasa a muchas personas en sus respectivos oficios y profesiones, así como negocios. Recordemos las mediciones de madurez digital, por ejemplo, en las que la mayoría de las pequeñas empresas quedan no tan bien: el 39% apenas tiene un estado inicial de madurez digital y 29% son novatas. Sumen.
Lamentablemente el barbero que antes compartía su local con la venta de lotería, me parece, es uno de ellos. De hecho, en agosto vi que compartía local en otro sitio. Recientemente, sin embargo, ya no lo volví a ver más. Se sentaba en la entrada del local, saludaba a los conocidos, cada vez más pocos o que aparecían cada vez menos, esperando, esperando en tiempos en los que no se espera al cliente: el negocio se acerca a su mercado. ¿Cómo? Con las redes sociales, pese a las crisis y a los cuestionamientos a estas plataformas.
Por ahora, parece que la soda no lo necesita. Parece. Al menos a la hora del almuerzo. ¿Y en el resto del día? Pasa vacía, sin clientes o con muy pocos. Tal vez se sostenga con lo que genera a mediodía, tal vez están contentos o contentas con las ventas actuales. Pero podría crecer y ganar más ingresos si ofreciera combos o promociones a la hora del café, mediante servicio express o para que lleguen los clientes y se promoviera en redes sociales, con un plan y con apoyo de buenas fotos, videos, testimonios, la historia de la soda, la publicación del menú, las ofertas,... Lo necesita o lo va a necesitar, tarde o temprano.