Ucrania no ha invadido Rusia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no tiene tropas en ese país y resulta ridículo hablar de “nazificación”, cuando Zelensky es judío, y el genocidio lo comete Rusia asesinando miles de civiles.
La locura rusa amenaza con guerra nuclear. Jugar con fuego atómico es poner al borde del abismo el futuro de la especie. Las miles de cabezas nucleares del matón moscovita encontrarán respuesta y el sufrimiento no tendrá precedentes.
Si se pensó que la OTAN se dividiría, más bien se unió. La Unión Europea ha sido firme frente a la embestida. La defensa militar en países bálticos y Polonia se ha reforzado. Alemania suspendió el gasoducto Nordstream 2, autorizó enviar armas defensivas a Ucrania y aumentó su presupuesto militar.
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China, cercana a Rusia, se abstuvo de condenarla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Putin viola principios de coexistencia pacífica defendidos por Pekin, y el ministro de Exteriores chino tuvo que reafirmarlos retóricamente. Ante las sanciones que enfrenta Moscú, China podría transformarse en chaleco salvavidas económico.
Las protestas internas abren un frente doméstico que Putin deberá escuchar o reprimir. El rechazo mundial se reflejó en la condena apabullante de la Asamblea General de la ONU.
El enfrentamiento con la OTAN no surge de su intervención directa en el conflicto; tiene raíces en su expansión hacia el este de Europa, problema que se podría resolver en conversaciones sobre desarme, transparencia en las maniobras militares y acuerdos sobre seguridad regional.
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El establecimiento de una esfera de influencia rusa en los estados postsoviéticos no es viable. Rusia debe entender que puede ser un Estado poderoso y no un imperio.
La invasión a Ucrania no tiene justificación, es violación flagrante del derecho internacional y de la Carta de la ONU. Las pulsiones imperialistas, atentan contra la soberanía, independencia e integridad territorial y fomentan más agresiones.
El autor es politólogo.