Las personas que deciden o se ven obligadas a vivir solas son cada vez más. En Costa Rica, por ejemplo, se contabilizan cerca de 300.000 hogares unipersonales y los números de este grupo crecen a un ritmo mayor que los del resto.
Es imposible de determinar si es mejor o peor vivir solo. Se trata de evaluación llena de variables subjetivas, como los intereses de cada persona o la calidad de la compañía que tenga disponible. Sin embargo, hay una realidad innegable: vivir solo es, usualmente, más caro.
Mes a mes, cualquier persona debe de pagar una serie de gastos fijos. Entre ellos, debe de garantizarse su alimentación, sus servicios básicos, su vivienda, su entretenimiento y otros gastos esporádicos. Pero el peso de todas estas partidas suele ser más alto para quienes las asumen en solitario.
Vivir solo, en ese sentido, conlleva una especie de “impuesto”. A fin de cuentas, una pareja puede requerir de más dinero para satisfacer sus necesidades básicas que quien vive solo; pero, rara vez, la diferencia será del doble. Esto hace que la división de los gastos entre dos sea más favorable en la mayoría de las ocasiones.
A pesar de esa matemática, cada vez más personas viven solas en Costa Rica. El número de hogares unipersonales se quintuplicó en los últimos 25 años y ahora representan un 16,2% del total que hay en el territorio nacional.
Aritmética sencilla
Un reciente estudio publicado por Raisin Bank, en España, determinó que llevar el mismo estilo de vida le puede costar hasta un 85% más a una persona que vive sola en comparación con otra que tiene pareja. Este fue un cálculo que se hizo con base en la realidad económica española, pero que se puede replicar en Costa Rica.
Para ello, podemos hacer un ejercicio propio.
Imaginemos el caso de una persona sola y de una pareja que viven en la Gran Área Metropolitana, y que aspiran a llevar el mismo estilo de vida.
Supongamos que en ambos casos pagan un alquiler o una hipoteca de ¢400.000 mensuales. Este es un monto que permite costear una casa o un apartamento para una o dos personas.
Ahora sumemos otros gastos con cifras aproximadas que EF recopiló con la ayuda de fuentes expertas en finanzas personas y que fueron entrevistadas para este artículo. Supongamos que la persona que vive sola paga ¢200.000 mensuales por su alimentación, ¢50.000 por sus servicios básicos, ¢50.000 por sus servicios de Internet y sus suscripciones de streaming, ¢50.000 en gastos de transporte, y además destina ¢100.000 para gastos esporádicos. Por otra parte, supongamos que los gastos de la pareja en todos estos rubros aumentan entre un 30% y un 40%, en promedio.
A partir de este cálculo, podemos determinar que cada integrante de la pareja necesitaría solo ¢500.000 mensuales, cada uno, para llevar el mismo estilo de vida que a la persona que vive sola le costaría ¢850.000.
Esta diferencia, con base en cálculos conservadores, implica una diferencia del 70%.
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Sacrificio de calidad
Si continuamos usando como referencia el ejercicio anterior, también podemos observar la diferencia en materia de esfuerzo económico.
Por ejemplo, si la persona que vive sola tiene un salario de ¢900.000 mensuales; entonces sus gastos mensuales básicos supondrían un 94,4% de sus ingresos. En cambio, si los dos integrantes de la pareja perciben dos salarios de ¢700.000 mensuales, los mismos gastos solo representarían un 71,4% de su dinero.
En otras palabras, a los integrantes de la pareja les resultaría más fácil pagar todas sus obligaciones, aún cuando ambos ganan ¢200.000 menos, cada uno, que la primera persona.
La situación, además, es más compleja si se analiza rubro por rubro.
A pesar de que su salario es mayor, la persona que vive sola tendría que dedicar un 44,4% de sus ingresos para satisfacer sus necesidades de vivienda; a pesar de que la recomendación financiera es no sobrepasar un 30% para ese rubro.
Si quisiera seguir esa regla no escrita, la persona que vive sola tendría que buscar otra casa o apartamento con un costo mensual que no supere los ¢300.000 mensuales y ello, muy probablemente, implicaría sacrificar condiciones de comodidad, ubicación, calidad o espacio de construcción.
La situación, además, se agrava si hablamos de un crédito hipotecario. La economista Estefany Alfaro explicó que “los bancos favorecen a parejas con ingresos combinados, por lo que es mucho más sencillo tener vivienda propia si se vive en pareja”.
Al igual que ocurre con la vivienda, los demás gastos esenciales también suelen hacerse más chicos para las personas que viven acompañadas en comparación con aquellas que lo hacen solas.
Alfaro explicó que los costos de electricidad, agua e internet “no cambian significativamente” si viven una o dos personas en el mismo hogar y que comprar comida para una sola persona puede ser más caro en términos relativos, “ya que no se pueden aprovechar los descuentos por volumen”. Además, añadió, las salidas a comer también pueden representar un gasto mayor para una persona que vive sola, pues “no siempre resulta práctico cocinar en pequeñas porciones”.
Todo ello implica impactos en los estilos de vida de unos y de otros.
“Para una persona que vive sola es mucho más complicado tener un mejor estilo de vida”, explicó la economista. “Por ejemplo, alquilar un espacio más amplio o moderno, o tener suficiente dinero disponible para ocio y al mismo tiempo ahorrar e invertir”.
“Ser una persona que vive sola ofrece mayor independencia y control sobre el dinero, pero también requiere una planificación más estricta para evitar desbalances financieros”, observó. En cambio, “vivir en pareja brinda mayor estabilidad, ya que los gastos se dividen y hay un respaldo mutuo en caso de dificultades económicas; y esto permite planificar proyectos a largo plazo como comprar vivienda o invertir, sin sacrificar el consumo presente”.
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300.000 hogares
A pesar de la crudeza de estos cálculos matemáticos, cada vez más personas viven solas en Costa Rica. Este es un dato que recoge el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) a través de su Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) y que antes también procesaba por medio de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, según explicó la institución ante una consulta de este medio.
La estimación más reciente fue la publicada en la segunda mitad de 2024, la cual indicó que en el país hay alrededor de 296.000 hogares unipersonales; es decir, habitados por una sola persona.
Este dato va en franco incremento. A inicios de siglo, en el año 2000, los hogares unipersonales apenas se estimaban por encima de las 57.200; pero desde entonces se quintuplicaron.
Este crecimiento, además de ser exponencial, ha sido más grande que el del resto de los hogares, cuya cifra ni siquiera se ha duplicado todavía.
Esta situación también se evidencia en que cada vez haya más hogares unipersonales como proporción del total. Hace 25 años los hogares compuestos por una sola persona apenas representaban un 6,2% del total; mientras que ahora mismo alcanzan un 16,2%.
A pesar de que estas cifras usualmente se relacionan con el estado civil de las personas, solo una porción menor de las quienes están solteros, divorciados, viudos o separados en Costa Rica viven solos.
El INEC estima que hay 2,7 millones de personas mayores de 10 años en esas condiciones; divididas entre 2 millones de personas están solteras, 260.000 están separadas, 237.000 divorciadas y 224.000 viudas. Pero es común que ellas convivan con otros familiares o amigos.
Por ejemplo, es usual que las personas jóvenes y hasta adultas jóvenes solteras continúen viviendo en casa de sus padres; y cada vez es más común que personas de todas las edades convivan con amigos o roommates (compañeros de vivienda) para aliviar la carga económica que conlleva costear una vivienda por cuenta propia.
Esa complejidad no es menor, según explicó la coordinadora de productos de Mucap, Grethel Sánchez. Ella señaló que los obstáculos que enfrentan las personas que viven solas para comprar una vivienda van más allá de la obvia relación de ingresos, sino que también se relacionan con condiciones específicas del mercado financiero y de su oferta.
Por un lado, explicó que las entidades financieras suelen estimar un menor riesgo (y por tanto un menor costo) para las operaciones que involucran a más de una persona y, por otro, recordó que los bonos de vivienda solo se otorgan a núcleos familiares.
“En cuanto a los productos que no incluyen bono, al momento de perfilar el cliente, el arraigo y compromiso que en general implica una pareja, y más una familia, genera mitigadores de riesgo importantes para conceder el crédito”, subrayó.

Excepciones y ataduras
A pesar de que vivir en pareja suele reducir los gastos individuales, hay distintos motivos por los que se pueden presentar excepciones.
Por ejemplo, que uno de los integrantes de la pareja no trabaje y tampoco aporte una mayor cantidad de trabajo no remunerado a la relación; o que sus hábitos de consumo resulten demasiado caros.
También podría ocurrir que los integrantes de la pareja no lleguen a un acuerdo claro sobre como dividir sus gastos mensuales, y que eso se traduzca en una carga mayoritaria sobre una sola persona.
Estas situaciones, sin embargo, son reversibles.
Según Alfaro, para ello es esencial que la pareja defina si dividirá sus gastos en mitades iguales o de forma proporcional a los ingresos de cada persona; y que además tenga claridad sobre las metas y los límites para cada rubro de su presupuesto.
“Muchas parejas se sienten presionadas por gastos sociales como eventos, bodas, viajes. Para evitar sentir la presión social es recomendable que la pareja converse constantemente y defina sus prioridades y sus metas a largo plazo“, subrayó.
Por otra parte, vivir en pareja también tiene un riesgo económico evidente: caer en dependencia económica.
Según Alfaro, por eso es conveniente evitar que una sola persona cubra la mayoría de los gastos “sin acuerdos claros” y, aunque pueda ser incómodo, conversar sobre qué pasaría si la relación termina. Esto es clave para gestionar la tenencia de deudas compartidas, viviendas o activos de un valor significativo.
Cualquier acuerdo, además, se debería de revisar periódicamente, según cambian las circunstancias.
Para Sánchez, sin embargo, la conclusión bastante clara. Al menos en términos financieros, “caminar por la vida con una buena compañía vale la pena”.