San José tiene fama de ser una ciudad fea y poco atractiva para el turismo local o extranjero, y hay sobradas razones para llegar a esa conclusión: la congestión vial, la suciedad, la contaminación visual y sónica, así como la inseguridad en sus calles, han hecho que sean pocos los que se atrevan a explorar sus puntos más llamativos.
Tampoco cuenta con un centro histórico de relevancia, monumentos espectaculares o una rica oferta cultural o gastronómica. Además, salvo algunas edificaciones de importancia (el Teatro Nacional, Correos de Costa Rica, el Hotel Costa Rica, el Mercado Central, el Cuartel Bellavista, el Steinvorth) y unos cuantos espacios públicos (el parque Morazán, el parque Nacional, el parque de La Sabana, las plazas de la Cultura y de la Democracia), su arquitectura es sosa y la ciudad se consume en su diario trajín sin áreas de esparcimiento adecuadas.
Por esas mismas razones, son dignos de reconocimiento los esfuerzos extraordinarios que algunos emprendimientos locales y agencias internacionales han venido realizando para “redescubrir” la ciudad y mostrar a nacionales y foráneos su atractivo oculto, como informa este medio en un reportaje de esta edición.
Según explican algunos de sus voceros, el interés por conocer los secretos josefinos y aprender de su pasado ha venido creciendo sostenidamente desde que sus proyectos iniciaron hace ya varios años. Así, de la mano de nuestro emblemático grano de oro o de la afición por el avistamiento de aves (birdwatching), recorren sus calles, ya sea a pie o en bicicleta, para rescatar una metrópoli que no le hace honor al merecido posicionamiento que tiene el país como destino turístico de primer orden.
Pero esas iniciativas privadas no pueden hacer milagros sin el apoyo y trabajo de las instituciones públicas, responsables de muchos de los planes y programas que podrían cambiar radicalmente el rostro y la dinámica de la ciudad, y hacer de ella un foco de atracción más apetecido. Planes y programas no faltan —algunos mucho más complejos que otros—, pero es indispensable pasar de las palabras a los hechos y mostrar un compromiso efectivo para su oportuna ejecución.
Mejorar la movilidad urbana con el tan esperado tren eléctrico, por ejemplo, facilitaría el acceso a la ciudad y el desplazamiento dentro de ella, desahogando sus calles y reduciendo los tiempos muertos, algo esencial para quienes nos visitan por períodos cortos. Instalar un sistema de videovigilancia, aumentar el número de oficiales, iluminar apropiadamente La Sabana y atender la situación de las personas en condición de calle fortalecería la necesaria sensación de seguridad.
Asimismo, los planes para extender el bulevar de la Avenida Central y crear otros nuevos, arborizar las vías más importantes, construir más aceras y reparar las existentes, controlar el comercio ambulante y crear incentivos para recuperar muchos de los edificios que hoy están abandonados o subocupados, sin duda contribuirían al embellecimiento de San José. También, aplicar con mayor rigurosidad las regulaciones relativas a la rotulación y publicidad exterior, junto con la canalización subterránea del cableado aún visible, ayudaría a reducir la contaminación visual.
Finalmente, un mantenimiento y ornato más cuidadosos de los múltiples edificios ocupados por entidades públicas, y ni qué decir de un eventual desarrollo de ciudad-gobierno para relanzar el sureste de la capital, le darían un impulso invaluable.
Como resulta evidente, la agenda es abultada, pero nada de lo dicho es nuevo y se trata de proyectos que están —y han estado— en la mira del gobierno central y de la Municipalidad de San José desde hace mucho tiempo. Llegó el momento de establecer prioridades, adoptar un plan de acción inmediata, fijar un cronograma y trabajar conjuntamente para poner manos a la obra. Un país de renta media como el nuestro puede y debe tener la capacidad para remozar su centro urbano más importante y ofrecer a quienes lo visitan un entorno agradable, seguro y atractivo.
