Estados Unidos es nuestro más importante socio comercial, tanto por lo que representa en términos de comercio como en flujos de inversión extranjera. Mantener una relación estrecha y de diálogo permanente con el gobierno de ese país es indispensable para que los sectores más dinámicos de nuestra economía —y los miles de trabajadores que dependen de ellos— no se vean innecesariamente perjudicados debido a malentendidos o como consecuencia de las diferencias no resueltas que normalmente surgen de un comercio tan intenso.
Por esa razón, es natural y positivo que el Ministerio de Comercio Exterior (Comex) haya iniciado un proceso de negociación con la Oficina del Representante Comercial (USTR por sus siglas en inglés) del país norteamericano, dados los efectos dañinos que las irracionales y zigzagueantes medidas arancelarias —porque no se pueden llamar políticas— de la segunda administración Trump están teniendo tanto a lo interno de su país como sobre el resto de las naciones, incluyendo, por supuesto, a Costa Rica. Ello nos obliga a no ignorar el contexto en que estas tratativas tienen lugar ni las razones que nos han motivado a entablarlas.
La relación comercial entre ambos países ha estado regida, desde el primero de enero de 2009, por un acuerdo (Cafta) que claramente establece los derechos y obligaciones de ambas partes. Se trata de un arreglo que refleja el balance de concesiones que los gobiernos se otorgaron recíprocamente, avalado luego por el Congreso estadounidense y, en el caso de Costa Rica, mediante un referéndum que implicó fuertes discusiones y hasta divisiones profundas entre nosotros.
Ha sido el gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) el que, unilateralmente y sin justificación, decidió incumplir sus compromisos y aplicar un arancel del 10% a nuestras exportaciones, en clara violación del tratado y de la buena fe. Pese a la pérdida de confianza que tales acciones provocan, comprendemos la necesidad y conveniencia del acercamiento diplomático con dicho gobierno, pero estamos lejos de coincidir con lo que el ministro Manuel Tovar desafortunadamente califica como “el privilegio” de haber sido llamados al diálogo. La practicidad no debe implicar borrar o tergiversar la realidad.
Dicho esto, el objetivo primordial de este proceso de negociación debe ser restablecer el trato de libre comercio que por derecho nos corresponde, tal y como lo ha anunciado Comex y ha reclamado también el gobierno de México con base en su respectivo acuerdo comercial. Solo eso evitaría que nuestras exportaciones pierdan la ventaja arancelaria de la que hasta ahora hemos disfrutado o, peor aún, que se instaure una clara desventaja frente a las exportaciones de países con los que competimos directamente.
Reconocemos que las circunstancias políticas externas son difíciles y que se requerirá una especial habilidad negociadora para lograr el objetivo buscado. Asimismo, tenemos claro que el gobierno estadounidense ha identificado una serie de medidas costarricenses que considera barreras al comercio. Si bien el foro natural para la discusión de dichas medidas debió haber sido la Comisión de Libre Comercio del Cafta —como mecanismo institucionalizado de diálogo, cooperación y solución de controversias en la relación comercial— y sin necesidad de imposiciones arbitrarias unilaterales, lo cierto es que esas medidas merecen una discusión de fondo y pueden o deben ser corregidas, como parte de esta negociación y para beneficio de un comercio más libre entre ambas naciones.

No obstante la cautela que hay que tener, sí es esencial que esta delicada negociación se lleve a cabo con la transparencia debida, porque el país estará muy atento a los términos precisos en que se concluya, evitando otorgar concesiones inaceptables que erosionen las buenas relaciones que siempre hemos tenido con naciones amigas o que vulneren los valores esenciales o el régimen jurídico de nuestro país. No es la primera vez que Costa Rica ha debido enfrentarse a decisiones arbitrarias del gobierno estadounidense en el campo comercial; en el pasado reciente, nuestras exportaciones de textiles y de banano sufrieron atropellos similares y el país supo salir bien librado. Esta vez no tiene por qué ser distinto.