Miles de centroamericanos han emprendido el camino hacia el norte en pos del sueño americano, revelando la desesperanza en los países del triángulo norte istmeño.
Salvadoreños, hondureños y guatemaltecos huyen de la inseguridad y de la desigualdad, volviendo sus ojos hacia la promesa de prosperidad en los Estados Unidos. El éxodo provoca una fuerte reacción en los nacionalistas de ese país y se inserta en corrientes xenófobas y racistas al norte del Río Bravo.
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Paralelamente, provoca fricciones en la relación de México con Washington, ante las amenazas de sanciones económicas si los mexicanos no restringen el paso por su territorio.
El internamiento de los migrantes en campos de detención, en condiciones de hacinamiento, ha provocado serias denuncias por violaciones a los derechos humanos.
Desde la raíz
La cuestión migratoria ha pasado a ser un rasgo de la política norteamericana y jugará de nuevo un papel en la campaña del 2020. El problema migratorio centroamericano debe atenderse desde la raíz y ello implica un diálogo horizontal entre todos los implicados, para enfrentar sus causas: el raquítico desarrollo económico y social.
Un plan global para el desarrollo del istmo ayudaría a que sus habitantes encuentren la esperanza, empleos, prosperidad y seguridad en la región. No será un muro el que detenga la marea migratoria, ni las sanciones de EE. UU. a los mexicanos o la suspensión de la ayuda a los centroamericanos.
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El primer paso será convencer al gobierno estadounidense de que los miles de millones dólares que costaría el muro estarían mejor invertidos en un fondo para el desarrollo del triángulo norte, con la colaboración adicional de otros donantes de la comunidad internacional.
Ojalá que la visita del secretario de Estado, Mike Pompeo, a El Salvador sirva para avanzar en esta ruta.