La nueva “fiebre del oro” no está en las minas, sino en los datos.
La explosión de la inteligencia artificial y de los servicios en la nube está provocando una carrera mundial por construir centros de datos cada vez más grandes, más potentes y, sobre todo, más eficientes desde el punto de vista energético. La banca de inversión internacional coincide en que este será uno de los motores de inversión más importantes de la próxima década.
Esa presión está obligando a los países a repensar sus redes eléctricas, sus regulaciones y sus estrategias de desarrollo. Para Costa Rica, lejos de representar un problema, esta tendencia abre una oportunidad histórica.
Para algunos países, este desafío energético-cultural es una barrera casi insuperable. Para Costa Rica, en cambio, representa una ventaja comparativa monumental.
Nuestro sistema eléctrico, abastecido casi en su totalidad por fuentes renovables, es hoy uno de los activos más valiosos que tenemos. En un mundo donde la reputación ambiental y los compromisos de carbono pesan tanto como los costos de operación, un país que ofrece energía limpia, estabilidad política, seguridad jurídica y una ubicación estratégica se vuelve irresistiblemente atractivo para la industria tecnológica global.
Sin embargo, no somos los únicos que hemos identificado esta oportunidad. Los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, han tomado decisiones audaces para convertirse en un centro regional de infraestructura digital. Han invertido masivamente en energía renovable, han modernizado su red eléctrica y han construido un ecosistema que combina capital, tecnología y velocidad regulatoria. En pocos años pasaron de ser observadores a convertirse en protagonistas del mercado de centros de datos en Medio Oriente. Su estrategia demuestra que, cuando un país alinea su visión energética con su visión tecnológica, puede atraer inversiones que antes parecían inalcanzables. Los resultados ya se ven. Abu Dabi y Dubái encabezan hoy los rankings de mercados emergentes de centros de datos a escala global y su mercado se proyecta a triplicar de aquí a 2030, impulsado por cargas de trabajo de inteligencia artificial, políticas de localización de datos y una agresiva agenda de transformación digital.
Costa Rica podría seguir un camino similar, pero con una ventaja que los Emiratos tuvieron que construir desde cero: una matriz eléctrica verde y consolidada. Incluso deberíamos explorar una colaboración estratégica con ese país, aprovechando su experiencia en estructurar megaproyectos, abrir mercados y asociarse con actores globales de tecnología.
En cierta forma, la complementariedad entre Costa Rica y los Emiratos Árabes es evidente: nosotros tenemos mucha agua, ellos tienen mucho sol. Dos matrices renovables distintas, altamente confiables y complementarias, que podrían combinarse para crear proyectos pioneros en centros de datos verdes. Una alianza estratégica permitiría integrar la experiencia emiratí en megaproyectos y transición energética con la fortaleza costarricense en generación limpia y estabilidad institucional.
Una alianza Costa Rica–Emiratos en infraestructura digital sostenible podría acelerar nuestra curva de aprendizaje, mejorar nuestra competitividad y posicionarnos como un puente natural entre América Latina y Medio Oriente.
La instalación de centros de datos no es solo un asunto de cables y servidores. Implica inversiones millonarias, infraestructura de refrigeración, expansión de redes eléctricas, construcción especializada, talento técnico, nuevas cadenas de proveedores y, sobre todo, un posicionamiento internacional distinto. Un país que aloja infraestructura crítica para la economía digital ocupa un lugar diferente en la geopolítica moderna. Se vuelve relevante, visible y estratégico.
Costa Rica está, literalmente, diseñada para liderar este segmento. La pregunta no es si podemos atraer centros de datos de escala mundial; la pregunta es si tendremos la agilidad regulatoria, la visión de país y la determinación política para hacerlo antes de que la oportunidad migre hacia otros destinos como lo son Irlanda, Países Bajos, Dinamarca, Singapur o Chile.
El país ha estado buscando durante años una forma de diversificar su economía sin perder identidad. Esta es la oportunidad. La infraestructura digital verde no solo es coherente con nuestra imagen internacional, sino que podría convertirse en la pieza central del próximo ciclo de crecimiento nacional.
Si actuamos con visión, podríamos posicionarnos como el destino más atractivo de América Latina para la infraestructura tecnológica del futuro. Si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros. La ventana está abierta hoy. No lo estará para siempre.
Costa Rica tiene lo que el futuro demanda: energía limpia, estabilidad y posicionamiento. Solo falta decidir si queremos ser protagonistas o espectadores.
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El autor es abogado.