Me pregunto con frecuencia por qué nos volvimos tan inútiles. Sí, inútiles.
Según el Estado de la Nación, toma en promedio 575 días aprobar una ley. Y eso que solo cuentan las que se aprueban y no proyectos de mérito que a veces tienen años y hasta lustros de rondar por la Asamblea Legislativa.
Esta semana el magistrado Chinchilla dijo en un programa de radio que se requieren siete años en promedio para lograr una sentencia en un juicio. Imaginen los costos y la “pérdida de energía” que implica para una persona esperar ese tiempo para que se le haga justicia.
Podemos discutir por años una reforma fiscal, cuando la verdad es que todos estamos más o menos de acuerdo en lo que hay que hacer. Pero los derechos de las minorías hacen que todos tengamos que ver pasar los años como si el tiempo no nos costara nada.
Tenemos como 60 años de estar ampliando la avenida segunda y el tiempo que transcurrió entre la construcción de los puentes y la calzada en la Carretera 27 fue de décadas.
Más inutilidades
Y puedo seguir contando muchas otras inutilidades relacionadas con el tiempo que toma impulsar nuevas empresas, con el tiempo que toma realizar la sucesión de un fallecido, y con un sinnúmero de temas en los más diversos campos.
Somos el burro amarrado en un mundo de tigres sueltos. Nuestras ventajas se consumen y nuestros rezagos se magnifican.
¿Hasta cuándo señoras y señores? ¿Hasta que un nuevo colapso económico y social nos obligue a cambiar, como en 1981-82?
¡Qué insensatez!