Durante más de un siglo, el café fue el pilar de la economía agrícola y la identidad de Costa Rica. Las plantaciones de arábiga en varias regiones han definido el paisaje y han establecido una sólida cultura de exportación. No obstante, el país se aventura ahora en una nueva dirección agroindustrial: desafiando su tradición histórica y sus condiciones climáticas tropicales, Costa Rica está explorando con éxito el segmento vinícola de alta calidad, abriendo así un capítulo inédito en su historia agrícola.
En las montañas de Copey de Dota, a más de 2.300 metros sobre el nivel del mar, surgió hace quince años un proyecto que parecía imposible: sembrar uvas y producir vino y producir bebidas de alta calidad en Costa Rica. La idea de Copey Estate Winery nació en 2010, impulsada por el deseo de demostrar que un país tropical también podía integrarse al mapa de las regiones vinícolas del mundo.
La zona de Dota, tradicionalmente arraigada al cultivo del grano de oro, parecía ideal para cumplir la, para muchos, impensada idea de producir vino en Costa Rica. El clima, la fertilidad del suelo y la pureza del agua eran condiciones que invitaban a ilusionarse. Sin embargo, el camino estuvo lejos de ser sencillo. Las primeras plantaciones de uva se perdieron por completo. Las lluvias, la humedad y la falta de experiencia local con viñedos obligaron a empezar de nuevo.
Comprender el impacto de un viñedo comercial en Costa Rica requiere contextualizar el entorno del mercado: de acuerdo con datos del Observatorio de Complejidad Económica, —actualizados a 2023– Costa Rica importó ese año $33,5 millones en vino. Principalmente el producto llegó desde España ($8,08M), Chile ($8M), Italia ($4,47M), Estados Unidos ($3,84M), y Argentina ($3,72M).
Existen registros de interés de cultivar uvas para producción de vino en Costa Rica desde 1970, sin mayor éxito. Incluso, en Acosta actualmente también existe un viñedo en producción, El Espavey, pero lo que está sucediendo en Dota está marcando una diferencia.
Esta empresa costarricense ubicada en un rincón de Dota quiere poner a Costa Rica en el mapa vinícola internacional. Sus propietarios Niv Benyehuda y Karen Retana —quienes tienen bodegas comerciales de vino ubicadas en Israel y en California, Estados Unidos— llegaron a Costa Rica hace 12 años con la apuesta de plantar viñedos en Copey de Dota, en la finca de la familia Serrano, quienes aún están ligados a esta iniciativa.

Producir vino en Costa Rica: adaptarse para lo impensado
Para obtener resultados distintos hay que hacer las cosas de manera distinta, y Copey Estate Winery lo entendió a la perfección. Inicialmente, expertos de países vinícolas tradicionales trajeron protocolos que fracasaron rotundamente en la región, lo que provocó que se perdieran todas las plantas sembradas, debido a las condiciones inadecuadas para la producción de vid.
En 2015, el negocio logró adaptar las vides a las condiciones tropicales mediante el uso de invernaderos. Analizaron el suelo, el régimen de lluvias y las necesidades térmicas de cada variedad hasta encontrar un equilibrio que permitiera a la planta completar su ciclo natural. Esa persistencia dio fruto en 2020, cuando la bodega lanzó sus primeras botellas de vino costarricense.

Quienes están alrededor del negocio son conscientes de que la clave ha sido el proceso de prueba y error, la posibilidad de experimentar con este cultivo tan particular y de paso construir un negocio alrededor del vino que actualmente da empleo a un equipo de 30 personas, de las cuales la mitad se dedican a la cosecha. El equipo tuvo que aprenderlo todo en este proceso, desde cuándo podar, la cantidad de agua que requieren las plantas hasta cómo implantar las fases de la uva en un país sin estaciones climáticas marcadas.
Actualmente, las variedades que mejor se adaptan y que se cosechan de forma manual son Syrah (la que ha demostrado ser la más productiva), junto con Cabernet Sauvignon, Merlot y Pinot Noir. El éxito en el establecimiento de estas uvas de clima templado ha requerido una vigilancia agrícola constante.
Esta vigilancia, de hecho, ha revelado una particularidad climática única en la misma finca: la variación microclimática interna permite observar dos plantas de la misma variedad en distintas fases del ciclo de forma simultánea. Este fenómeno resulta casi imposible en países vinícolas tradicionales, donde las estaciones bien definidas fuerzan ciclos uniformes, subrayando la complejidad de la viticultura en el entorno tropical de Dota.
El proceso de vinificación en el entorno tropical atípico de Copey Estate Winery se rige por un ciclo vitícola anual que, aunque forzado por protocolos adaptados, abarca varias etapas cruciales para la calidad de la uva. El ciclo comienza con la fase de dormancia, que es crucial en el trópico: mediante técnicas de poda severa, se simula el invierno, forzando a la vid a un estado de reposo vegetativo para acumular las reservas energéticas esenciales.
Una vez finalizada esta latencia, se da paso a la brotación, donde la vid reactiva su metabolismo y las yemas liberan los nuevos brotes, seguido de la floración y el cuajado, momento en que las flores se polinizan y se convierten en bayas. El siguiente punto de inflexión es el envero, donde las bayas cambian de color e inician la acumulación exponencial de azúcares. Finalmente, la etapa de maduración es donde se maximiza la concentración de azúcares y los compuestos fenólicos.

En este proceso, la gestión hídrica y nutricional es fundamental. El sistema de riego es doblemente funcional: no solo aporta la humedad necesaria durante las fases secas forzadas, sino que es el vehículo primario para suministrar la nutrición foliar y radicular requerida por la planta (micronutrientes y macronutrientes). La determinación del momento óptimo de la vendimia (cosecha) es un proceso meticuloso que se apoya en el parámetro de grados Brix, una unidad de medida que cuantifica la concentración de sólidos solubles, principalmente azúcares, en el mosto. La recolección manual se declara cuando los niveles de Brix alcanzan el equilibrio deseado con el pH y la acidez titulable.
Una vez finalizada la fermentación, el añejamiento (crianza) se realiza en barricas de roble francés, y el periodo ideal varía según la estructura y potencial de cada cepa. El Syrah, de alta estructura tánica, requiere entre 12 y 18 meses de crianza. El Cabernet Sauvignon, con su estructura fenólica muy alta que demanda un suavizado, se beneficia de 18 a 24 meses. Por su parte, el Merlot, de estructura media a alta, necesita de 12 a 16 meses. Finalmente, el Pinot Noir, con una estructura más baja y donde se valora la expresión frutal, requiere un período más corto, usualmente de 9 a 12 meses. La crianza busca estabilizar el color, suavizar los taninos, e incorporar la complejidad aromática antes del embotellado final, completando así el ciclo productivo que exige una precisión técnica rigurosa en el corazón del trópico.
La producción, que se inició comercialmente en 2020, ha experimentado un crecimiento notable, pasando de un rango inicial de 200 a 600 botellas a alcanzar las 8.000 botellas al cierre de 2025. Este aumento se atribuye primariamente a la maduración natural de la vid, que incrementa su rendimiento con el tiempo, y al régimen de cuidado agrícola constante que se implementa en la finca. Este crecimiento controlado demuestra la viabilidad del proyecto y su capacidad para escalar manteniendo la calidad.
En cuanto a la distribución, la estrategia se centra en la exclusividad controlada para blindar la calidad y el posicionamiento premium de la marca. Por ello, el vino se limita estrictamente a hoteles y restaurantes de alta gama que han apoyado el proyecto desde sus inicios, incluyendo establecimientos clave como Al Mercat, CoopeDota y hoteles como Tabacón, Nayara, Waldorf Astoria y el W Hotel, descartando, por el momento, la venta masiva en supermercados.
Quien fuera la encargada de bebidas del Walford Astoria en Punta Cacique (Guanacaste), Ana Martínez, ya había indicado a El Financiero en junio pasado que los vinos de esta empresa están en la carta de sus restaurantes no simplemente porque sean ticos, sino porque cumplen con los estándares de calidad que esta cadena exige.
El precio del vino, por su parte, se justifica por las variables de calidad y los altos costos logísticos: el tiempo en barrica de roble francés, la importación de materia prima especializada (como corchos de Portugal y botellas de California) y la baja producción inherente a un nicho que limita las economías de escala.
Estos costos técnicos obligan a la bodega a competir con una narrativa de calidad y origen, y no por volumen. Las opciones de vino están disponibles en las instalaciones de la empresa con precios de ȼ19.050 y ȼ24.750 por botella.

En cuanto al interés del público, el personal de la empresa señala que el negocio es atractivo para los extranjeros que vienen atraídos por la curiosidad de probar vino costarricense, además del público nacional, especialmente del Gran Área Metropolitana. También, con el objetivo de acercar a más personas al mundo vinícola ofrecen tours por los viñedos con precios desde los $75 por persona más impuestos.
“Queremos que la gente vea que Costa Rica puede hacer vino, y hacerlo bien. Todo ha sido aprender caminando. Nos hemos adaptado a las plantas y las plantas se han adaptado a nosotros”, dijo Sebastián Blanco, coordinador turístico del proyecto vinícola.
La empresa recibió un impulso especial no planificado a inicios de diciembre: el cantante Bad Bunny publicó en sus redes sociales una imagen del vino tico, que parece haber degustado.
Más allá del vino
La incursión de Copey Estate Winery en la producción vinícola en Costa Rica es audaz, pero su estrategia de negocio incluye un componente crucial de diversificación enfocado en el sabor local: el licor Golden Rush. Este producto, el único licor nacional a base de uchuva, fue desarrollado para aprovechar la riqueza agrícola de la región. Mientras que la uva requiere una costosa adaptación al clima tropical, la uchuva es una fruta nativa y abundante en las tierras altas. Golden Rush no sólo aprovecha un recurso local, sino que también establece un producto con menor riesgo agronómico y mayor potencial de escalabilidad en la distribución.
A diferencia del vino de Copey, que está sujeto a una estrategia de exclusividad controlada y precios premium, Golden Rush se enfoca en la accesibilidad y la penetración de mercado. Este licor ha logrado tener una presencia más amplia en el retail nacional, encontrándose en supermercados y tiendas, demostrando que su estrategia de comercialización es opuesta a la del vino. Esta dualidad es vital para el modelo de negocio de Copey: el vino posiciona la marca en el lujo y la innovación, mientras que Golden Rush genera un flujo de ingresos más constante y masivo, actuando como una “puerta de entrada” para el consumidor que busca un producto destilado de origen tico con un perfil de sabor único.
A pesar de su mayor volumen de producción (que permite una salida semanal al mercado, en contraste con la cosecha anual de vino), Golden Rush mantiene los estándares de calidad en su logística, lo que justifica su posicionamiento. El licor cuenta con un proceso de producción de seis meses, y al igual que el vino, su materia prima es importada para ciertos componentes, como el corcho traído de Portugal y las botellas. Incluso la etiqueta, por su especialización, es impresa fuera del país. Estos costos se absorben para asegurar un producto final que compite por la calidad en el nicho de licores premium, aunque su precio sea más competitivo que el vino.
En el caso de los productos de uchuva, ofrecen el Golden Rush desde los ȼ12.900 en presentación de 375 ml; además un hard seltzer (bebida alcohólica carbonatada) llamado Otro con 4,5% de alcohol que cuesta ȼ2.250, en versiones con y sin azúcar. También ofrecen jalea de esta fruta y uchuva deshidratada, con precios desde ȼ5.950 y ȼ1.950, respectivamente.
De cara al futuro, la primera bodega de vinos en Costa Rica mira hacia una expansión mesurada, es decir, produciendo más sin comprometer la calidad ni el entorno natural. Para Blanco y su equipo, el verdadero propósito del viñedo trasciende la producción: “Queremos posicionar a Costa Rica como un país que también puede hacer historia en el mundo del vino. Que se diga que aquí, en estas montañas, nació un sueño que parecía imposible y hoy se brinda en cada copa”.

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