La Fortuna de San Carlos me recibe con un clima nublado y por lapsos del camino hasta con lluvia. El volcán Arenal, caprichoso e imponente, vigila la zona pero no se deja ver en esa fría mañana. Durante la mayor parte del camino, el paisaje se carga de verde y llena la pupila, como un bálsamo que refresca tras tres horas de ruta.
Estoy en la zona para vivir la experiencia de hospedarme en Nayara Resorts, uno de los complejos hoteleros más premiados de Costa Rica. El terreno de más de 30 hectáreas alberga tres propiedades: Nayara Springs, exclusivo para adultos, Nayara Gardens, orientado a parejas y familias, y Nayara Tented Camp, un proyecto estilo tiendas de campaña que busca a un público más apasionado por la aventura.
El reconocimiento internacional de Nayara Resorts es un testimonio de su compromiso con la excelencia. El complejo ha sido consistentemente galardonado como uno de los mejores del mundo, recibiendo prestigiosos honores de publicaciones como Condé Nast Traveler y Travel + Leisure. Recientemente, sumó un logro monumental al ser reconocido con Tres Llaves (Three Keys) por la Guía Michelin, un riguroso estándar que celebra a los alojamientos excepcionales que ofrecen una experiencia estelar con un servicio, diseño y personalidad inigualables; este reconocimiento fue para Nayara Springs.

El lujo con sello costarricense
Desde el primer paso en la propiedad, se percibe una atmósfera de hospitalidad genuina, marcada por ese toque de calor humano que tan bien distingue al costarricense. En la recepción, Isaac me da la bienvenida, se encarga de mi maleta y de estacionar mi vehículo. Más adelante, durante mi estadía, Isaac se convertiría en una especie de guía turístico personalizado, dispuesto a mostrarme los rincones y detalles que hacen a Nayara tan atractiva.
Una vez en la recepción llegan las primeras señales de que el lujo ya no se vive como algo ostentoso, sino más bien con los pequeños detalles que hacen sentir a cada huésped especial y único. Mientras completaba el papeleo, un mesero me ofrece un coctel de bienvenida que contenía jengibre, limón y soda.
“Caballero, este es un cóctel de bienvenida, de cortesía, ¿le gustaría agregarle ron? Pregunta con una sonrisa. Son las 8.30 a.m. “Muchas gracias, quizás más tarde se lo agrego”, le respondo en el mismo tono de quien le contesta a un amigo cercano.
Luego, Karen me brinda todos los detalles sobre mi hospedaje y uno de los puntos que más me llama la atención es que los huéspedes pueden trasladarse de una propiedad a otra, independientemente de donde estén instalados. Para ello, disponen de carritos de golf los cuales se coordinan desde las habitaciones o de las áreas comunes para ir a cualquiera de los cinco restaurantes, bares, a las impresionantes piscinas distribuidas en toda la propiedad y a otros puntos del resort.
En cada encuentro con el personal, esa expresión tan costarricense de “pura vida” aparecía natural, sincera, acompañando cada saludo y gesto de atención. Era como una especie de campaña del equipo para que cada extranjero se llevara ese dicho tico marcado.
Además, me comenta que todas las habitaciones tienen una piscina privada dentro, destacando que las de las habitaciones de Springs son de aguas termales, características de la zona de La Fortuna, mientras que las de Gardens y Tented Camp son temperadas. Otra grata noticia es que los productos del minibar del cuarto (gaseosas, agua gasificada y natural, jugos, leches y snacks) están incluidos dentro de las tarifas, así como el servicio de lavandería, los desayunos y un par de actividades en la propiedad como clases de yoga y caminatas por el bosque lluvioso de la zona.
“¿Le gustaría que nuestro personal se dirija a usted como Brandon o como el señor Flores?” me consultó Karen. Esta es otra muestra de cómo el equipo del hotel se toma muy en serio la visita de cada cliente y buscan que el trato sea familiar, personalizado, como en casa.
“Me siento más cómodo por mi nombre”, le respondí. Aunque minutos después era conocido por los trabajadores como el “señor Brandon”. Una vez completado el proceso de check in, Karen me guió hacia el desayuno, que se sirve en el restaurante La Terraza del Arenal, un amplio espacio con vista al volcán que aún seguía escondido y allí me recibe Raúl.
Además de darme la bienvenida por mi nombre (sin habérselo mencionado) me explica que el desayuno es buffet, con estaciones de panes, cereales, frutas, ensaladas, carnes frías y por supuesto, la estación caliente para ordenar omelettes y otros estilos de platillos. Incluso, están incluidos una amplia variedad de jugos, tés y un café de bienvenida, aunque también hay un menú adicional más amplio de bebidas calientes con precios que inician en los $4.
Mientras converso con Raúl descubro también que hay un artista pintando obras en vivo en el restaurante, rápidamente conté más de 30 con diseños representativos de Costa Rica, como lapas, monos, perezosos, carretas y claro, el volcán Arenal. Un par de turistas se acercan curiosos al pintor para empezar a negociar una de sus pinturas.

Al lado de mi mesa, no puedo evitar escuchar a una pareja de extranjeros, específicamente estadounidenses, que comenta con uno de los meseros lo bien que lo han pasado en la zona y que ese mismo día salían hacia Puerto Viejo para conocer otra zona bendecida del país. Precisamente los acentos foráneos son los que más se escuchan en las propiedades de Nayara, ya que más del 80% de la ocupación son extranjeros, con un promedio de estadía de cuatro noches y una periodicidad de visitas de al menos una vez al año.
En el caso de los viajeros locales, también visitan Nayara, pero según sus propietarios principalmente para celebraciones especiales como aniversarios o lunas de miel.
Después del desayuno me traslado al lobby de Tented Camp para conversar con quienes hicieron posible este proyecto: Leo Ghitis y Freddy Obando, propietarios de Nayara Resorts, y Jairo Quesada, gerente general de los hoteles. Me cuentan que el proyecto inició en 2006, como una opción de hospedaje modesta, con 26 habitaciones, un precio de $60 por noche y un equipo de trabajo pequeño.
Incluso Freddy y Jairo iniciaron el proceso como recepcionistas y básicamente se encargaban de la operativa por completo, ambos orgullosos hijos de La Fortuna. Freddy, quien incluso tenía tres trabajos en su juventud, dio forma a la idea de Nayara y posteriormente se asoció con Leo, quien nació en Colombia pero debido a conflictos en su país se enamoró de Costa Rica y hace casi dos décadas dieron forma a la primera marca hotelera de lujo costarricense que incluso hoy replica su modelo de negocio en hoteles de otros países.
El modelo de hospitalidad de lujo que nació en Costa Rica resultó tan exitoso que Nayara ya tiene operaciones en Chile, con propiedades en el desierto de Atacama y la Isla de Pascua, y en Panamá, específicamente en Bocas del Toro. En Costa Rica, su equipo de trabajo está compuesto por más de 550 colaboradores y su gerente comenta con orgullo que la mayoría de quienes hoy tienen puestos gerenciales iniciaron en su momento como meseros, jardineros y otros puestos operativos.

Para los tres, lo más importante es cuidar del equipo humano para que estos den un trato memorable a los huéspedes y así puedan regresar. Apoyar al personal va más allá de las horas laborales, porque incluso Nayara tiene programas de formación en inglés para sus trabajadores y la opción de que puedan acceder a préstamos personales sin intereses para quienes están buscando opciones de tener casa propia.
Sobre los premios que han recibido, Ghitis menciona que es algo que solo les pone la barra más alta, pues el viajero se acostumbra a una experiencia tan elevada y completa que a ellos solo les queda mejorar para seguir el ritmo. Para ellos, todo es gracias al trabajo conjunto y al gran equipo que han formado, priorizando el desarrollo del talento de la zona, muchas veces falto de oportunidades.
La gastronomía en una experiencia de lujo
El hotel tiene una belleza escénica única, con piscinas y jacuzzis perdidos en medio de la naturaleza, donde no relajarse es imposible. Perezosos, monos y aves continuamente aparecen en escena para enamorar a quienes los ven y no se resisten a llevarse recuerdos de ellos en fotos o videos. “Es increíble verlos en su hábitat natural, siendo libres”, dice un turista a su pareja mientras se dirigen a la piscina.
Pero además de estos atractivos —y por supuesto el trato del personal— la gastronomía es un factor fundamental para vivir una experiencia de lujo completa. En Nayara hay cinco rincones para disfrutar lo mejor de la comida: La Terraza, que tiene un concepto más de cocina costarricense, Amor Loco, el fine dining del complejo, abierto para la cena con un menú de degustación, Mis Amores, que es una destacada apuesta por los sabores italianos, Asia Luna que ofrece un menú asiático y Ayla, que lleva a los huéspedes a un viaje de sabores mediterráneos (con una enorme influencia del Medio Oriente) y que en mi modesta opinión, fue la mejor experiencia culinaria de la estadía.

El chef Gianluca Re Fraschini, italiano de nacimiento, es el que dirige la propuesta culinaria de los hoteles y junto a él hay distintos chefs que elevan la experiencia a nuevos niveles. Por ejemplo, el francés Soufiane Hafidi es el Pastry Chef del complejo y quien de paso me brindó el mejor postre que he probado en mi vida (un éclair con crema de café), así como Mohammed Ternanni, quien es libanés y dirige Ayla. Además, tuve la oportunidad de conocer a un talento costarricense quien es la mente maestra tras los menús de degustación de cuatro y siete tiempos en Amor Loco, el chef Alex Jimenez.
Para Gianluca, la clave en la cocina puede sonar obvia, pero es un principio base: “la cocina tiene que ser honesta, la comida tiene que saber rica”, explica en un fluido español gracias a que trabajó varios años en República Dominicana y ya lleva ocho meses en Costa Rica y menciona además que la creatividad en la gastronomía tiene que tener un objetivo. “Poner muchos ingredientes o colores en un plato no es ser creativo necesariamente, tiene que haber un porqué detrás”, comenta el chef quien menciona que le encanta el país y el espíritu de su gente.
En esta ocasión tuve la oportunidad de experimentar el menú de degustación de siete tiempos, una propuesta que destacó lo mejor de los sabores costarricenses en cada uno de los cursos, haciendo referencia a las provincias nacionales como un tartar de langosta con maíz pujagua, croquetas de pejibaye, e incluso nuevos sabores. Por ejemplo, una reducción hecha con una fruta llamada hala y uno de mis favoritos: ravioli de ricotta con una mantequilla que incluía zapote negro.
El menú de degustación tiene un precio de $160 por persona más $120 con el maridaje. En esta ocasión, opté por el maridaje y tuve la oportunidad de conocer a Leo, el sommelier líder de Nayara quien con solo 29 años de edad es capaz de llevar al comensal, con su experiencia y servicio único, por una experiencia prácticamente inmersiva en medio de los sabores y las combinaciones armónicas de los platillos y el vino.
La experiencia del fine dining, el cual, junto a los demás espacios gastronómicos, es exclusivo para huéspedes, terminó en el bar Nostalgia, un espacio dedicado al vino. Allí, Fernanda me explicó más detalles sobre la cultura de esta bebida e incluso hubo tiempo para degustar algunos ejemplares de vinos hechos en Costa Rica, puntualmente en Copey de Dota.

Más experiencias invaluables
Debo confesar que no consumo ni conozco mucho del café, pero Mi Cafecito es un espacio que planteó un cambio de perspectiva. Se trata de un lugar de Nayara Spring dedicado al café y a su historia, que destaca el producto nacional y la calidad que lo distingue. Allí tomé la clase del café, que es una experiencia de aproximadamente una hora y media donde el huésped tiene la oportunidad de conocer desde la primera cosecha de café de la humanidad hasta las técnicas de filtrado para disfrutar de una taza de excelencia.
En esta ocasión Emily fue la barista que tomó la lección de la mañana (se imparte dos veces al día a un mínimo de dos personas) y con un conocimiento y gracia natural me llevó por la historia del grano de oro y uno de los ejercicios más llamativos que he hecho: una cata de café. Primero, debía entrenar la nariz para identificar notas en el café, para ello hicimos práctica reconociendo fragancias agradables y otras que no tanto, luego era el turno de probar la taza de café y tratar de identificar qué notas había en la bebida.
Este espacio, además de la experiencia es una cafetería abierta al huésped, que compra su grano por quintales a productores costarricenses y tuesta su propio producto, para asegurarse de tener existencias de la más alta calidad todo el año.
Al igual que Leo con el vino, lo que hace Emily con el café es digno de admirar, pues deben practicar horas y horas con el objetivo de afinar su paladar y olfato. En mi caso, un inexperto del café, pude identificar tres olores y notas en el café pero valoro especialmente lo aprendido, ya que a lo mejor puede ser la llave para adentrarme en este curioso y aromático mundo.
Tras despertar los sentidos en la cata de café —donde el paladar y el olfato se afinaron para captar los matices de un mundo tan curioso como aromático— el siguiente paso en la recarga del espíritu era la calma total. El hotel ofrece esta renovación no solo a través de la energía vibrante del bosque circundante, sino también mediante el santuario de su spa, un remanso donde las manos expertas de sus terapeutas prometían un bienestar profundo.
Así, me dirigí a recibir un tratamiento de cuerpo completo de una hora, una experiencia planeada meticulosamente para coincidir con el atardecer, creando una escena digna de una película.
Margarita es quien me dará el masaje y me conduce hasta un bungalow espacioso rodeado de naturaleza y con el sonido del río que marca un ritmo constante que fácilmente me lleva a un estado de relajación muy preciado. Previo al masaje, completo un pequeño formulario donde explico mis preferencias para el tratamiento y si tengo alguna dolencia médica a considerar.
Ya en la habitación, un suave aroma a lavanda, coco y chocolate colma el ambiente y ahí es donde empieza la magia de Margarita. Cuando mi mente está prácticamente desconectada de la realidad, olvidando el día, la hora y el lugar donde me encuentro, la terapeuta me susurra suavemente que el masaje finalizó y poco a poco vuelvo a la realidad, pero a una diferente, donde la relajación y la paz son mi estado de ánimo. Afuera ya la noche cayó y el concierto de aves y otros animales como grillos, chicharras y ranas inició; la experiencia en el spa culmina en una sala privada con vista a una piscina desde donde disfruto de un vino con macarons.
El compromiso de Nayara con el bienestar se manifiesta en su infraestructura dedicada: el complejo cuenta con un spa distintivo en cada una de sus tres propiedades, asegurando una experiencia personalizada para cada huésped. Además de esta atmósfera de serenidad para adultos, me llamó la atención el enfoque inclusivo del spa en Nayara Tented Camp, el cual rompe esquemas al ofrecer propuestas de bienestar diseñadas específicamente para niños.
La habitación, un mundo aparte
Mi hospedaje se ubicó en el corazón de Nayara Gardens, en una villa conocida como “La Casita”; un nombre que resulta irónico por lo modesto, pues la realidad es que se trata de un refugio de 97 metros cuadrados. Este espacio privado es un universo en sí mismo, equipado con una piscina privada temperada y dos duchas: una interior y otra al aire libre, permitiendo el ritual de bañarse bajo el dosel del bosque. La villa también cuenta con una amplia terraza amueblada, desde donde la vista al Arenal prometía postales inolvidables, una suntuosa cama king size, amplios espejos y detalles de confort como batas y pantuflas.

Los pisos de madera pulida y los materiales naturales y decorativos en cada rincón potenciaban la villa privada, que además en la entrada cuenta con sombrillas para los huéspedes. Sumergirse en la tina durante la noche es prácticamente un ritual, siendo testigo del increíble espectáculo de la naturaleza.
La villa está estratégicamente diseñada para la desconexión total. Rodeada por la densa vegetación y elementos naturales, la privacidad absoluta es la norma, creando un santuario personal en la selva. A pesar de esta reclusión, la ubicación es privilegiada, pues a pocos pasos se encuentran servicios clave como el restaurante La Terraza, la encantadora heladería artesanal de Nayara y una de las tiendas de artículos disponibles en la propiedad.
Hospedarse en una de estas villas va desde los $600 hasta los $900 por noche, dependiendo de la temporalidad en la que se haga la búsqueda. Para los meses venideros, la disponibilidad es mínima.
Más allá del lujo en las villas, Nayara se vive a través de la conexión con su entorno. Dediqué las mañanas a las caminatas en la densa selva que rodea el complejo (me vi tentado a usar el gimnasio ampliamente equipado también con vistas increíbles, pero preferí las caminatas al aire libre). Los senderos, perfectamente trazados, serpentean entre la vegetación exuberante, ofreciendo encuentros cercanos con la vida silvestre sin alterar su paz.
El punto culminante de estos recorridos son sus puentes colgantes, estructuras que se alzan sobre el bosque, regalando perspectivas increíbles de la naturaleza. Cruzarlos es sentirse parte del ecosistema, un momento de inmersión total donde el tiempo parece ir más lento y hay que estar alerta pues un nuevo avistamiento puede ocurrir en cualquier momento.
Al final de mi estancia, en una especie de despedida solemne, el volcán Arenal se dejó ver. Fue un regalo final, el broche de oro de esta experiencia y estoy seguro que cada viajero que llega a esta propiedad espera un momento así, donde uno de los representantes de la majestuosidad natural de Costa Rica saluda a sus visitantes.
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El Financiero se hospedó en el hotel Nayara Gardens por cortesía de su administración, la cual cubrió los costos de estadía y alimentación. Ninguna condición de publicación fue requerida.

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