En un abrir y cerrar de ojos, la inteligencia artificial se ha puesto manos a la obra para transformar todos los ámbitos de la vida: desde taxis autónomos hasta software que lee radiografías con la misma precisión que los radiólogos, pasando por asistentes virtuales que pueden programar reuniones y redactar correos electrónicos, o música original, aunque derivada, creada al instante al estilo de Mozart o Marley. Al igual que otras tecnologías disruptivas anteriores —como los automóviles, los telares mecánicos y otras—, promete cambiar radicalmente el mundo en el que vivimos, incluido el mundo laboral.
Fascinados y alarmados, los economistas y los responsables políticos debaten cómo la IA —y, en especial, la tan esperada inteligencia artificial general o IAG— remodelará la fuerza laboral. Los tecno-optimistas sostienen que la tecnología ha sido históricamente un potente motor del crecimiento económico, impulsando nuevas industrias con puestos de trabajo novedosos. Al fin y al cabo, eso es lo que ocurrió con la llegada del automóvil: las filas de fabricantes de carruajes, criadores de caballos y propietarios de establos se redujeron a medida que se creaban puestos de trabajo en la emergente industria petrolera y, posteriormente, en sectores totalmente nuevos como los moteles y los autocines. ¿Por qué no podría ocurrir lo mismo con la IA?
Pero otros sostienen que los cambios provocados por la IA son de otra magnitud. Los economistas del Fondo Monetario Internacional han estimado que la IA podría afectar hasta al 40 % de todos los puestos de trabajo, ya que las máquinas impulsadas por la IA sustituyen el trabajo que tradicionalmente realizaban las personas, en su mayoría cualificadas. E incluso en los casos en que no se pierden puestos de trabajo, el trabajo de los seres humanos podría perder valor, lo que provocaría una caída de los salarios, afirma Anton Korinek, experto en economía de la IA de la Universidad de Virginia.
Dada la preocupación generalizada, tal vez no sea casualidad que dos de los tres galardonados con el Premio Nobel de Economía de 2024 hayan escrito extensamente sobre la inteligencia artificial y su posible impacto en el empleo. Daron Acemoglu y Simon Johnson, del MIT, sostienen que debemos actuar de forma deliberada para garantizar que los beneficios de la IA se distribuyan ampliamente, mediante la intervención del Gobierno, nuevas políticas audaces y programas de reciclaje profesional, con el fin de evitar que se agraven la desigualdad y el malestar social en esta era de creciente automatización.
Los dos economistas aconsejan que, al atravesar este momento, prestemos atención a las lecciones del pasado, concretamente a los inicios de la Revolución Industrial, otra época de agitación económica y social, y al pensamiento flexible de una figura clave de aquella época: el inglés David Ricardo.
Acemoglu, Johnson y sus colegas afirman que, si, al igual que Ricardo, los responsables políticos actúan con cuidado y flexibilidad, la IA podría incluso ayudar a restaurar lo que el inicio del auge tecnológico puso en peligro: los empleos de clase media con salarios dignos.
Los cambios llegan a casa
Ricardo, nacido en 1772, fue parlamentario y un destacado economista de su época. En su juventud, era una especie de tecno-optimista. Creía que las nuevas máquinas de hilar que convertían el algodón en bruto en hilo iban a aumentar la productividad de los trabajadores y resultar beneficiosas para todos: trabajadores, empresarios y el público en general.
Reconoció que, en un principio, la nueva maquinaria podría desplazar a algunos hilanderos que trabajaban desde casa, pero que, con el tiempo, esas personas encontrarían trabajo en otros lugares.

Y eso es lo que ocurrió —en un inicio—. La fabricación de textiles de algodón experimentó un auge durante la vida de Ricardo: las nuevas máquinas de hilar desarrolladas en la década de 1770 hicieron que la producción de hilo fuera más rápida y barata. Los trabajadores que hilaban en casa con ruecas se vieron afectados por estas nuevas máquinas, pero muchos pudieron pasar a otra industria artesanal en auge: tejer el hilo, ahora más abundante y barato, para convertirlo en tela.
La primera edición de Principios de economía política y tributación, de Ricardo, publicada en 1817, no menciona los posibles efectos negativos de la maquinaria sobre los trabajadores. De hecho, en un discurso pronunciado en 1819 ante la Cámara de los Comunes inglesa, declaró que “la maquinaria no disminuía la demanda de mano de obra”.
Pero una segunda invención trajo consigo una realidad diferente: los telares mecánicos, introducidos aproximadamente una generación después de las máquinas de hilar. Un solo telar mecánico podía producir más algodón que entre 10 y 20 tejedores manuales trabajando desde casa, y las máquinas eran tan grandes que tenían que instalarse en fábricas, lo que acabó con la industria artesanal del tejido. A medida que el tejido en fábricas eclipsaba al tejido doméstico, esta vez los trabajadores desplazados no tenían adónde ir, porque los telares mecánicos creaban relativamente pocos puestos de trabajo nuevos en las fábricas.
Para los tejedores que trabajaban desde casa, esto fue un desastre. Los ingresos familiares de los tejedores manuales en dos ciudades de Lancashire se redujeron a la mitad en un periodo de cinco años a partir de 1814, según relatan Acemoglu y Johnson en un artículo de 2024 publicado en el Annual Review of Economics. Los trabajadores de telares manuales de la industria algodonera inglesa ganaban una media de 240 peniques a la semana en 1806, pero en 1820, más o menos cuando Ricardo pronunció su discurso en la Cámara de los Comunes —ganaban menos de 100 peniques a la semana—.

Ni siquiera a los trabajadores de las fábricas que se dedicaban a manejar los nuevos y potentes telares textiles les iba bien. Entre 1806 y 1835, sus salarios reales apenas aumentaron. Las crecientes desigualdades económicas generaron malestar social, especialmente en el norte industrial, que se vio muy afectado. En agosto de 1819, una gran manifestación en Manchester, en la que se calcula que unas 60.000 personas reclamaban una reforma política, fue disuelta por la fuerza letal, en lo que se conoce como la masacre de Peterloo.
Ricardo, que había sido testigo de primera mano de las consecuencias de los telares mecánicos en la industria algodonera, cambió radicalmente de opinión. Una visión más matizada de la mecanización se abrió paso en la tercera edición de Principios, publicada en 1821. Insertó un capítulo completamente nuevo para discutir el impacto de la maquinaria, escribiendo, en lo que equivalía a una retractación: “La misma causa que puede aumentar los ingresos netos del país, puede al mismo tiempo hacer que la población sea redundante y deteriorar la condición del trabajador”.
Caída de la “cualificación media”
El giro de Ricardo encierra importantes lecciones para los economistas laborales y los responsables políticos actuales, que se enfrentan al impacto de la IA en el empleo y los salarios, afirman Acemoglu y Johnson.
Pero este no es un problema que haya comenzado con la inteligencia artificial. Más bien, se ha ido gestando desde los años ochenta con la proliferación de tecnologías digitales que pronto dominarían gran parte de los negocios, el comercio y la sociedad —computadoras, Internet, teléfonos inteligentes, comercio electrónico, redes sociales—. Al igual que ocurrió con los telares mecánicos al comienzo de la Revolución Industrial, estas tecnologías no lograron repartir los beneficios entre los trabajadores comunes. En cambio, según Johnson, lo que han hecho “es ayudar a los más cualificados o a los más formados”.
Desde los años ochenta, los salarios de las personas con “cualificación media” —como las que no asistieron a la universidad durante cuatro años— se estancaron o disminuyeron en términos reales. La revolución tecnológica “automatizó una amplia capa de puestos de trabajo de cualificación media en las ocupaciones de apoyo administrativo, administrativas y de producción manual”, escribe David Autor, economista laboral del MIT, en un artículo de la revista Noēma. Al igual que los hilanderos y tejedores de antaño, esas personas vieron cómo se desvanecía su medio de vida. El resultado fue un vaciamiento de la clase media, escribe Autor, lo que obligó a muchos a recurrir a trabajos menos cualificados y peor remunerados.
De hecho, aunque la renta media de los hogares en Estados Unidos aumentó un 95 % tras ajustarla a la inflación en las últimas cuatro décadas, según la Fundación Peter G. Peterson, una organización sin ánimo de lucro centrada en la salud fiscal de Estados Unidos, esas ganancias variaron mucho entre los grupos con mayores ingresos y los de menores ingresos. En el grupo de ingresos más altos, los ingresos aumentaron un 165 % entre 1981 y 2021, mientras que en el grupo más bajo solo crecieron un 38 %: el grupo más rico obtuvo más del cuádruple que el grupo de ingresos más bajos.
Cómo puede ayudar la IA
Y ahora llega la IA. ¿Empeorará la tendencia o, si se gestiona correctamente, podría suponer una oportunidad? Johnson, Autor y Acemoglu se muestran optimistas. “La IA — si se utiliza bien— puede ayudar a restaurar el núcleo de cualificación media y clase media del mercado laboral estadounidense, que se ha visto vaciado por la automatización y la globalización”, escribe Autor. Al formar a las personas en la aplicación de software de IA, los trabajadores con cualificaciones medias podrían asumir muchas tareas de toma de decisiones que antes realizaban médicos, abogados, ingenieros de software e incluso profesores universitarios. Por ejemplo, un trabajador sanitario con experiencia podría dominar un nuevo dispositivo médico, como el uso de un nuevo tipo de catéter, o podría llevar a cabo un procedimiento desconocido durante una emergencia médica.
En el sector sanitario, “hay tantas decisiones expertas que tomar, tanta tecnología en uso y tantos profesionales sanitarios rigurosamente formados que no son médicos, pero que probablemente podrían rendir a un nivel superior —es decir, realizar tareas de mayor responsabilidad— con mejores herramientas de apoyo”, afirma Autor. La ecografía pulmonar, por ejemplo, es una tecnología prometedora para diagnosticar a pacientes con dificultad respiratoria. Aunque normalmente la realizan e interpretan médicos, en un estudio reciente, los profesionales sanitarios sin experiencia en ecografía pulmonar “lograron obtener clips de ecografía pulmonar de alta calidad utilizando una herramienta de IA”, afirma Autor.
Por otra parte, añade Autor, el sector de la climatización (calefacción, ventilación y aire acondicionado) está recurriendo a herramientas de IA que proporcionan orientación en tiempo real y diagnósticos remotos para que los técnicos de climatización puedan resolver problemas más complejos. Los técnicos que ya se encuentran in situ en una vivienda o edificio pueden utilizar una herramienta de IA del tipo ChatGPT para resolver problemas mediante un diagrama de flujo. Antes, quizá hubieran tenido que llamar por teléfono a un experto para pedir ayuda.
Una analogía previa a la IA de este tipo de cambios sería el auge de las enfermeras practicantes, afirma Johnson. “Hace 30 años no había muchas enfermeras practicantes. Ahora, todas las consultas de pediatría cuentan con ellas. Y los padres están muy agradecidos por el asesoramiento y el acceso que pueden obtener, porque cuentan con estas personas altamente cualificadas que no tienen títulos de medicina, pero que están capacitadas, ya que cuentan con sus licencias”.
La idea no es sustituir a los médicos, añade Johnson. “Solo estamos diciendo: restablezcan ese equilibrio. Impulsen a las personas que no tienen cuatro años de estudios universitarios. Permítanles ser más productivas”.
Sin embargo, no todos los economistas creen que este tipo de solución funcione con la IA, especialmente cuando llegue la IAG, con capacidades cognitivas a nivel humano. “La diferencia clave con respecto a los cambios tecnológicos del pasado es que la IAG sería capaz de realizar cualquier tarea cognitiva, lo que podría dejar pocos roles económicos exclusivos para los trabajadores humanos”, afirma Korinek. “Esto podría provocar un desplazamiento generalizado de la mano de obra y una importante disminución de los salarios” —a menos que los gobiernos intervengan para evitar que se amplíe aún más la brecha de riqueza—.

A corto plazo, afirma Korinek, esto podría significar mejorar las habilidades de los trabajadores en funciones que aún requieren capacidades exclusivamente humanas, como “la conexión humana auténtica, la inteligencia emocional y la supervisión ética”, en las que las máquinas no destacan o no satisfacen una necesidad humana. Algunos ejemplos podrían ser los psicoterapeutas, los cuidadores de niños y los consejeros religiosos.
Más adelante, las sociedades podrían necesitar cambios más profundos, como compartir la prosperidad mediante la implementación de una renta básica universal: pagos regulares en efectivo sin condiciones por parte de los gobiernos que los ciudadanos recibirían independientemente de si trabajan o no.
Orientación del pasado
En este momento hay pocos estudios convincentes sobre el impacto que la IA, incluida la IAG, tendrá en los puestos de trabajo y los salarios a nivel mundial. En parte, esto se debe a que los investigadores tienen que tener en cuenta puestos de trabajo que aún no existen en industrias que aún no se han inventado. Sin embargo, mientras esperamos a que se desarrolle este nuevo mundo, la vida y la época de David Ricardo pueden ofrecernos algunos elementos de reflexión.
La nueva maquinaria introducida en las fábricas textiles inglesas a principios del siglo XIX tuvo un impacto mucho peor en la vida de los trabajadores de lo que Ricardo había previsto. Le llevó mucho tiempo darse cuenta de ello. Cuando lo hizo, tenía casi 50 años, era rico, tenía buenos contactos y estaba en la cima de su profesión. Habría sido fácil ignorar los efectos adversos de estas increíbles máquinas, los telares mecánicos. En cambio, Ricardo admitió su error y modificó sus teorías. Ese tipo de pensamiento fluido y de integridad intelectual será crucial en la era de la IA, afirma Johnson. “Tenemos mucho que aprender de la apertura de Ricardo a las nuevas ideas y a las nuevas formas de pensar sobre la economía”, escriben él y Acemoglu en su artículo.

Inglaterra aprendió de la ruina de los tejedores artesanales y de las penurias de su clase trabajadora en general. Amplió la voz política de sus ciudades industriales. Antes de 1832, ciudades como Manchester ni siquiera estaban representadas en el Parlamento. La Ley de Fábricas de Inglaterra, aprobada en 1833, introdujo lo que podría considerarse una de las primeras normativas sobre trabajo infantil en fábricas del mundo. (Exigía inspecciones en las fábricas). El Gobierno derogó sus proteccionistas Leyes del Maíz en la década de 1840, lo que hizo que los alimentos fueran más abundantes y baratos para la clase trabajadora urbana. Ricardo, defensor del libre comercio, fue una voz poderosa que instó a la derogación de las Leyes del Maíz.
El nuevo mundo se precipita hacia nosotros. Daniel Kokotajlo, antiguo investigador de gobernanza en OpenAI, desarrollador de ChatGPT, que ahora dirige el proyecto AI Futures, ha planteado un escenario en el que la IAG está impulsando un auge económico para 2027, pero también está provocando la pérdida de millones de puestos de trabajo porque su software supera a los humanos en codificación, investigación y otras tareas cognitivas. (“Puede que se tarde unos años más de lo previsto hasta 2027”, afirma ahora).
Otras predicciones difieren: van desde un mundo en el que cada vez más riqueza queda en manos de unos pocos, hasta otro en el que la IA ayuda a reducir las desigualdades. Depende en gran medida de cómo decidan actuar nuestros gobiernos. “Toda la inteligencia y todo el talento en torno a la informática se está volcando en la búsqueda de la IA, hasta un punto que no había visto desde el auge de Internet a finales de los años noventa”, afirma Johnson.
Pero, añade, como queda claro al observar la Revolución Industrial y la historia en general, “el hecho de que haya nuevas máquinas milagrosas no significa que la mayoría de la gente se beneficie de ellas”.
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Este artículo es del archivo de Knowable Magazine. Se publicó originalmente en diciembre del 2025. Esta es una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español”.
Artículo traducido por Debbie Ponchner