Predecir hacia dónde y cuánto se va a mover el tipo de cambio es una tarea casi imposible, pero eso no detiene a las personas de intentarlo. Cada año los agentes económicos realizan sus predicciones de en cuánto podría estar el dólar y el mismo Banco Central de Costa Rica (BCCR) calcula mensualmente las expectativas cambiarias del mercado. No obstante, pareciera que en los últimos dos años predecir el precio se ha vuelto un ejercicio más elusivo. ¿Por qué?
No hay una respuesta concreta, pero las hipótesis giran alrededor de elementos coyunturales que enturbiaron la bolita de cristal y cambios estructurales que posiblemente llegaron para quedarse.
¿Por qué siempre es difícil predecir el tipo de cambio?
El tipo de cambio en Costa Rica sigue un régimen de flotación administrada desde febrero de 2015, donde su precio se define principalmente por la oferta y demanda de dólares. Esto quiere decir que, en teoría, no hay un objetivo cambiario: el precio es el que las fuerzas del mercado determinen (con algunos permisos que tiene el Banco Central para intervenir).
El truco está en que somos una economía pequeña y abierta, así que estamos especialmente expuestos a vaivenes internacionales que influyen en esas fuerzas de oferta y demanda y poco podemos hacer para evitarlos o predecirlos, como cambios en las tasas de interés globales, fluctuaciones en los precios de materias primas (petróleo) o tensiones geopolíticas. Esta alta sensibilidad a factores externos, combinada con la naturaleza impredecible de algunos flujos de capital, hace que incluso los mejores modelos económicos enfrenten dificultades para anticipar el comportamiento del dólar.
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Esto no es necesariamente algo malo, es parte de las condiciones del modelo económico que eligió el país (el de estar fuertemente conectado con el mercado internacional).
¿Se ha vuelto más difícil predecir el tipo de cambio?
No se puede dar una respuesta categórica, pero los números parecen indicar que sí: basta con ver las expectativas cambiarias que mide el BCCR por medio del mercado y de encuestas. Desde que tenemos el régimen de flotación administrada las expectativas nunca habían estado tan lejos de la realidad como en los dos o tres últimos años; no solo no se acercan la variación real —lo cual es perfectamente normal—, sino que no han podido predecir la tendencia.
Esa disonancia entre expectativas y comportamiento cambiario se observa fácilmente en el siguiente gráfico:
Para graficar ese fenómeno tomamos las expectativas de mercado y encuesta a 12 meses y las solapamos con la variación porcentual que tuvo el tipo de cambio en el periodo esperado. Es decir, comparamos la expectativa que tenían a 12 meses con el cambio real que hubo 12 meses después.
En ese ejercicio se encontró que a partir del segundo semestre del 2022 las expectativas y la realidad tomaron dos caminos distintos. Por ejemplo, en mayo del 2023 las encuestas esperaban un encarecimiento anualizado del 5,4%, mientras que la variación concretada fue del -20,73%.
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Esa disonancia se fue haciendo más pequeña con el pasar del tiempo, pero eso no detuvo que las expectativas y la realidad mantuvieran caminos opuestos: en diciembre de 2023 se esperaba que para cerrar 2024 el dólar subiera un 3,5%; terminó bajando alrededor de un 2%.
¿Por qué la disonancia?
Además de que ya por naturaleza es de difícil predicción, los últimos cinco años han sido muy turbulentos: la pandemia, los problemas en las cadenas de suministro y la crisis inflacionaria mundial empañaron el cristal de las proyecciones, haciendo difícil predecir cómo se comportaría la economía después de ser sometida a golpes de esa magnitud.
José Luis Arce, director de FCS Capital, considera que el ajuste de las tasas de interés locales e internacionales —justo por la combinación de esos choques—, tuvo un efecto particularmente duro en la forma de interpretar el mercado cambiario.
“Pasamos de periodos muy cortos de tasas que eran virtualmente cero a tasas reales altísimas, eso no es fácilmente calibrable”, explica Arce.
Daniel Ortiz, director de Cefsa, agrega que el hecho de haber bajado la inflación por debajo del 0% y que el Central mantuviera sus tasas de interés altas confundió a un público que esperaba más recortes, además de que se presentaron otros elementos que normalmente presionan hacia el alza el tipo de cambio sin que una subida se materializara.
“Aunque uno veía fondos de pensión demandando dólares, más ticos viajando al exterior, una demanda de crédito en dólares creciendo dos dígitos y un gobierno con menos acceso a dólares, eso no presionó el tipo de cambio al alza”, dice Ortiz.
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Otro elemento que pudo lastimar la formación de expectativas es la poca frecuencia con la que el costarricense piensa en que el tipo de cambio va a bajar. Solo en seis de los últimos 112 meses las expectativas calculadas por el BCCR esperaron una caída anualizada en el precio del dólar.
Esa ilusión de un colón que solo se deprecia se sumó a un Banco Central que ha mostrado una fuerte tolerancia a que el tipo de cambio caiga, con la justificación de que los movimientos a la baja responden a elementos reales de la economía. Si esa tolerancia fue la correcta o no es otra discusión que no compete a este artículo.
Adicionalmente, el país vivió en los últimos dos años una abundancia de dólares sin precedentes: el mercado pasó de tener un superávit de divisas de $2.171 millones en 2019 a uno de $7.361 millones en 2023; un aumento que alteró por completo la tendencia cambiaria y que generó una nueva dinámica en el mercado de divisas.
Una parte de ese aumento tan abrupto fue provocado por los ajustes en las tasas de interés, pero también por una fuerte recuperación del comercio exterior y una mayor atracción de inversión extranjera, principalmente empresas transnacionales que ubicaron sus operaciones en zonas francas del país.
Ese último es un elemento que probablemente tenga un efecto prolongado en la economía, ya que se trata de empresas que —de permanecer en suelo nacional— deben traer mes a mes flujos importantes de dólares para costear sus operaciones, haciendo que el país cuente con una nueva presión hacia la baja constante que antes no se presentaba con tanta fuerza y que los agentes económicos deben incorporar a sus expectativas.
¿Es mala la imprecisión en las expectativas?
No atinarle al tipo de cambio es algo natural, hay demasiadas variables que están fuera del control del país. No obstante, independientemente de cuál haya sido la razón que nubló el parabrisas, la imprecisión podría ser un síntoma de problemas.
Por un lado, puede retratar a unos agentes económicos que tienen dificultades para interpretar la información disponible —ya sea por cambios a los que no se han acostumbrado o por preconcepciones erróneas—, lo cual los lleva a tomar decisiones que no corresponden a la realidad. Por el otro, también puede ser un indicio de que hay algo en la cadena cambiaría que no está funcionando bien y que está generando incertidumbre en el ecosistema económico.
“En cuanto el manejo de la política cambiaria no sea clara, eso complica las decisiones de las familias y de las empresas y eso repercute en el crecimiento”, dice Ortiz.
¿Qué podría pasar a futuro?
Arce considera que el mercado poco a poco ha ido conociendo mejor la nueva realidad cambiaria del país, además cree que muchas de las tormentas de los últimos años ya se han ido calmando, lo que facilita un mejor clima para leer las variables económicas que mueven el tipo de cambio.
“Me da la sensación de que de ahora en adelante, en una situación menos volátil, entre gente que conoce más el mercado cambiario y que entiende más al Banco Central, va a ser más sencillo estabilizar las expectativas”, cree Arce.
Aún así, por la naturaleza de la criatura, la impredecibilidad siempre va a estar a la orden del día.