Hay opiniones de todos tipos, colores y sabores. Prácticamente sobre cualquier asunto. Además, con la masificación de los medios y redes sociales, la gente difunde e impone lo que piensa. Así, sin filtros. Sin pensamiento crítico. Sin asumir ninguna responsabilidad. Algunos lo llaman la dictadura de la opinión personal.
¿Es razonable creer que toda esta tecnología al alcance de nuestras manos y sentidos en una forma ubicua y permanente puede agotarnos y desgastarnos en lugar de aliviar nuestras cargas y reducir el estrés de nuestras labores y trabajos?
Diferente a revoluciones anteriores, la transformación tecnológica actual podría no traducirse en más puestos de trabajo para los humanos.
Aún en el marco de estos resultados y desoyendo advertencias de la Contraloría General de la República, algunos insisten en promover proyectos que lleven los fondos hacia otra entidad.
Quizás el mayor problema es que durante décadas los gobiernos se han centrado en aumentar la prosperidad material. Y lo han logrado. Sin embargo, la riqueza material no se ha traducido en abundancia de tiempo.
¿Qué pensarían si les digo que ya han empezado una serie de señales débiles a cuestionar las ventajas de trabajar masivamente en forma remota?
Interactuamos con las redes en una dicotomía continua, en unas somos parte del tejido y en otras somos un objeto atrapado; nos nutren y a la vez nos sujetan; nos sostienen y a la vez nos inmovilizan
Como individuos interdependientes del otro debemos entonces hacernos la siguiente pregunta: partiendo que Dios y la naturaleza nos ha dado la capacidad de adaptarnos y aprender de las tragedias, ¿a cuál estado “normal” queremos regresar una vez superemos la actual crisis?
¿Por qué esta mentalidad de subdesarrollo? ¿Por qué seguimos aplicando un timbre de una ley promulgada en 1885 o sea hace 135 años?
Con aciertos y desaciertos los gobiernos y sus asesores han comprendido en valor de entender, prototipar, experimentar, validar y pivotear.