El malestar será el telón de fondo de la campaña electoral de 2026. La inseguridad, la crisis de la educación y la situación de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) encabezan la lista de preocupaciones; al tiempo que persisten otros viejos rezagos en campos como el transporte público, la informalidad laboral o el estancamiento de los salarios fuera de las zonas francas.
Al costarricense se le acumularon las crisis en los últimos años.
El descontento, a su vez, es un perfecto combustible electoral. Puede servir para impulsar candidaturas o para incendiarlas; y también puede servir como gasolina de ideas democráticas o autocráticas. Todo es posible.
Es una lógica sencilla según Ronald Alfaro, politólogo del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (UCR). “Al malestar usted lo puede movilizar para todo tipo de efectos. El tema es quién se adueña de ese malestar y quién es capaz de movilizarlo”, subrayó.
Por ahora, el oficialismo insiste en pedir 40 diputados para lograr su continuidad con una “aplanadora” política nunca antes vista. En cambio, la oposición luce dispersa y carente de una narrativa articulada. ¿Quién usará mejor la carta del desasosiego?, ¿alguien logrará capitalizarla?
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El presidente: punto de partida
El presidente Rodrigo Chaves ha intentado imponer una narrativa electoral desde hace varios meses.
En sus intervenciones ha sido común escucharlo realizar diagnósticos sobre los principales problemas del país y decir que intenta resolverlos, pero que hay una clase política dominante que no lo dejan actuar como querría.
Esa ha sido la constante en campos como la crisis de homicidios que vive el país, la cual comúnmente atribuye a una supuesta excesiva permisividad y pasividad por parte de los poderes Legislativo y Judicial.
En ese sentido, Chaves ha sugerido que todo cambiaría si el país tuviera una Asamblea Legislativa “absoluta y diametralmente opuesta” a la actual, en donde el oficialismo es una pequeña minoría.
Puntualmente, ha dicho que en el Congreso debería haber “muchas Pilares Cisneros y muchas Adas Acuñas” (diputadas oficialistas) y que los costarricenses deberían de elegir a unos 40 o 45 legisladores para “arreglar” los problemas “tan profundos” del país.
Es un discurso sólido y consolidado desde hace meses, según Alfaro. Pero solo será realmente medible en las urnas.
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El discurso continuista
Chaves habla de 40 diputados o más porque ese número le permitiría a cualquier presidente costarricense funcionar como una “aplanadora” política, sin la necesidad de negociar o llegar a acuerdos con otros grupos políticos como los que el mandatario suele denostar.
La mayoría calificada de la Asamblea Legislativa costarricense es de 38 legisladores y ese es el número que se necesita para aprobar las leyes más complejas, para establecer cualquier tipo de impuestos, para destituir a magistrados y contralores, para reformar la Constitución Política o hasta para convocar una nueva Asamblea Constituyente.
Tener 40 diputados, en ese sentido, le permitiría casi cualquier cosa a un mandatario.
El presidente nunca ha pedido que se vote por algún partido político en específico, intentando sortear sus prohibiciones de beligerancia política. Sin embargo, ya se conoce que el oficialismo buscará su continuidad por medio del Partido Pueblo Soberano (PPSO) y la candidatura de la exministra de la Presidencia, Laura Fernández, quien dejó el cargo en enero pasado.
En ese partido —que recién se creó en 2022, luego del distanciamiento de Chaves de la agrupación por la cual llegó a Zapote— también aspiran para ser diputados personajes como el exministro de Hacienda, Nogui Acosta; la expresidenta de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), Marta Esquivel; y el propio abogado del mandatario, José Miguel Villalobos.
Todos ellos también insisten en el discurso de pedir una supermayoría parlamentaria, aunque todavía no profundizan sobre sus intenciones con ese poder.
La única que llegó a realizar algunos planteamientos en el pasado fue la diputada Pilar Cisneros, en diciembre del año pasado.
En una entrevista con el medio digital elmundo.cr, la principal vocera del oficialismo había dicho que tener esa cantidad de congresistas le serviría al “rodriguismo” para “cambiar el país”, para “sacar” a la Sala Constitucional y al Ministerio Público de la Corte, para “ordenar” el financiamiento a las universidades públicas y para “hacer una verdadera reforma del Estado”.
Cisneros se ha mostrado distante del PPSO en las últimas semanas e incluso ha dicho que no pertenece a la agrupación. Sin embargo, sostiene que apoya la candidatura de Fernández y que la considera como la continuidad del oficialismo al que ella representa.
Lo que sí han adelantado los candidatos a diputados del PPSO es que, si llegan a tener máximo poder en el Congreso, analizarían impulsar una reforma constitucional para permitir la reelección consecutiva del Presidente de la República —aunque “por una sola vez”, según Villalobos.
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El archipiélago opositor
En la oposición, por otra parte, todavía no se observa un discurso tan sólido como el del gobierno.
Según el analista político Mario Quirós, esto ocurre porque las propuestas que buscan evitar la continuidad de la actual administración parecen más una especie de “archipiélago” y no un grupo capaz de articular una narrativa conjunta frente a los deseos del oficialismo de funcionar con una supermayoría en el Congreso.
“Lo que uno ve son figuras dispersas, sin un anclaje común y sin un eje articulador, que hablan solo de lo que puede ofrecer y que no parecen ver claramente cuál es la demanda (del electorado)”, señaló.
Esto es hasta cierto punto normal si se toma en cuenta que las agrupaciones son muchas y de las más variadas en el ruedo político costarricense, y que entonces batallan por diferenciarse para atraer a cuotas pequeñas de votantes.
En ese sentido, Quirós opinó que la diversidad ideológica o de posiciones no es un problema en sí mismo en la mayoría de los casos; pero que en este 2026 existe un oficialismo aparentemente sólido y eso entonces se contrasta con una oposición polarizada y fragmentada.
“En ese escenario, falta una narrativa o una propuesta coherente para el votante”, señaló.
La diferencia entre la oposición y la propuesta del gobierno es fácil de entender también por un asunto de tiempos. A fin de cuentas, el presidente Chaves ha tenido la plataforma de su gobierno para consolidar su discurso por más de tres años; mientras que la oposición apenas sigue ratificando sus candidaturas.
Aún así, Alfaro recordó que todavía faltan cinco meses para las elecciones y que ese tiempo es mucho en la política costarricense, en donde los votantes son mayormente indecisos y suelen definir su voto horas o días antes de acudir a las urnas.
“Los partidos apenas están pasando la etapa de ratificar sus candidaturas y seleccionar sus papeletas", analizó Alfaro. “Ahora seguirá la construcción de mensajes y narrativas”, subrayó.

Más allá del malestar
El malestar será un factor clave en las próximas elecciones, pero también podría no ser definitivo, según el politólogo Gustavo Araya.
Desde su punto de vista, nada garantiza que el discurso de Chaves sea transferible a la candidatura del oficialismo —uno de los grandes dilemas de esta campaña— y la oposición también podría terminar fallando a la hora de “conectar” con el electorado.
“No solo hay que ver quién conecta con la población, aunque eso es importantísimo. También hay que ver quién representa la menor versión dañina posible”, dijo.
“Incluso un buen candidato en un mal partido pueden llevárselo o incluso uno que no conecte del todo, porque la política es multivariable y también existe ese ‘voto útil’ que ya ha sido un factor decisivo antes”, subrayó.
La incógnita sigue abierta: ¿será el malestar el trampolín para la continuidad del chavismo?, ¿será el motor que impulse el voto para un opositor? ¿o será un clamor sin respuesta? La ruleta sigue en girando todavía.