Una supuesta red clandestina de burócratas y élites que manipula el poder desde las sombras para socavar a los gobiernos electos.
Esta es la premisa de la teoría de la conspiración del “Estado Profundo” (Deep State), una narrativa que ha trascendido fronteras y que encontró su eco en el discurso del propio presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves.
Su uso evidencia cómo un concepto global puede ser adaptado localmente para describir conflictos entre el poder político y la institucionalidad del país.
Chaves hizo de nueva la referencia este 22 de agosto durante la comparecencia ante de la comisión especial de la Asamblea Legislativa que analiza el levantamiento de su inmunidad, pero no es ni de cerca la primera vez que menciona el concepto.
“(...) Esa casta, ese estado profundo, hoy quiere engañar al pueblo y le quiere hacer creer que yo cometí un delito de concusión”, dijo el mandatario al defenderse.
El “Estado Profundo” a la tica
Uno de los episodios más claros en donde Chaves usó el concepto de “Estado Profundo” tuvo lugar en abril de 2024. Durante una visita a Limón, el presidente Chaves arremetió contra la Contraloría General de la República (CGR) por haber emitido una advertencia sobre el desarrollo de un ambicioso plan maestro turístico para la provincia. El mandatario consideraba que el ente contralor estaba bloqueando una inversión extranjera clave al señalar trabas legales.
Visiblemente molesto, el presidente calificó la acción del órgano fiscalizador como “una arbitrariedad escandalosa de la institucionalidad del Estado profundo de este país”. Con esta frase, Chaves no solo cuestionó una decisión técnica, sino que invocó la idea de que fuerzas enquistadas en el aparato estatal operaban deliberadamente en contra del progreso que su gobierno buscaba impulsar.
Para los analistas, esta movida no fue casual. El politólogo José Andrés Díaz, en un análisis para Noticias Columbia, calificó el uso del término como “un elemento retórico para poder decir ‘hay algo ahí que me impide avanzar’”. Según esta visión, la narrativa del “Estado Profundo” sirve para justificar la falta de resultados, trasladando la culpa a una estructura anónima y opositora dentro del mismo gobierno.

Las raíces de la idea
¿De dónde viene el término exacto? Su origen es claro y específico: la Turquía de la década de 1990. La expresión derin devlet (que se traduce literalmente como “Estado Profundo”) se popularizó para describir una presunta alianza clandestina formada por altos mandos del ejército, miembros de los servicios de inteligencia, jueces, fiscales e incluso figuras del crimen organizado.
El propósito de esta red, según la teoría, era preservar a toda costa el legado secular y nacionalista de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la república. Este “Estado Profundo” se consideraba el verdadero guardián de la nación y se creía que operaba en la sombra para neutralizar cualquier amenaza percibida, ya fuera el islamismo político, el separatismo kurdo o la influencia comunista.
Su momento de mayor visibilidad fue el escándalo de Susurluk en 1996, cuando un accidente de tráfico reveló en un mismo coche a un jefe de policía, un parlamentario y un conocido líder de la mafia ultranacionalista, dejando al descubierto la presunta conexión entre el aparato de seguridad y el hampa. Este evento fue la prueba tangible para muchos turcos de que el derin devlet era real y operativo.
Si bien el término es turco, la idea es universal y mucho más antigua. A lo largo de la historia, han existido temores similares sobre élites no electas que manipulan el poder.
- Sociedades secretas: Teorías de conspiración sobre grupos como los Illuminati o los masones en los siglos XVIII y XIX ya postulaban la existencia de camarillas secretas con el objetivo de controlar gobiernos e instaurar un nuevo orden mundial.
- El “Complejo Militar-Industrial”: En su discurso de despedida en 1961, el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, advirtió sobre la “influencia injustificada” de un “inmenso estamento militar y una gran industria de armamentos”. Aunque no habló de una conspiración, su advertencia sobre un enorme poder permanente, con intereses propios y ajeno al control democrático, es un precursor intelectual directo de la crítica moderna al “Estado Profundo”.
El concepto permaneció en gran medida como un término de nicho académico hasta que estalló en el discurso político estadounidense durante la primera presidencia de Donald Trump. Impulsado por estrategas como Steve Bannon, el término fue la explicación perfecta para los reveses del nuevo gobierno. ¿Una investigación del FBI sobre la interferencia rusa? Obra del “Estado Profundo”. ¿Filtraciones constantes a la prensa desde la Casa Blanca? Agentes del “Estado Profundo” intentando un sabotaje.
La narrativa se fusionó rápidamente con el universo de la conspiración QAnon, que presentaba a Trump como un héroe solitario luchando contra una élite satánica global de pedófilos formada por políticos demócratas, empresarios y estrellas de Hollywood. El “Estado Profundo” se convirtió así en el villano principal de un drama épico que se desarrollaba en tiempo real en foros de internet.
Las implicaciones para la democracia
La principal y más peligrosa consecuencia de esta teoría es una profunda erosión de la confianza en las instituciones democráticas. Su impacto es corrosivo y multifacético:
- Delegitimación del conocimiento: Pinta a los funcionarios de carrera, diplomáticos, científicos y agentes de inteligencia no como servidores públicos, sino como enemigos con una agenda oculta. Esto fomenta el desprecio por la experiencia y los datos, permitiendo que las afirmaciones sin fundamento compitan en igualdad de condiciones con los hechos verificados.
- Ataque a los contrapesos: La teoría proporciona una justificación para atacar la independencia de los poderes del Estado. Si los jueces, los fiscales o los organismos de control (como la Contraloría) se oponen a las políticas del gobernante, se les puede acusar de ser parte de la conspiración, legitimando así los intentos de purgarlos, desfinanciarlos o ignorar sus decisiones.
- Creación de una realidad paralela: La narrativa del “Estado Profundo” es un círculo perfecto que se autoalimenta. Cualquier evidencia que contradiga la teoría (una investigación que no encuentra culpables, una elección perdida) se reinterpreta no como una prueba en contra, sino como una demostración más del poder y la astucia de la conspiración. Esto aísla a los creyentes en una burbuja informativa donde es imposible el debate racional.
- Justificación de la violencia: Al enmarcar la contienda política no como una competencia entre adversarios legítimos, sino como una batalla existencial entre “el pueblo” y una camarilla traidora y corrupta, se rebaja el umbral para justificar la hostilidad e incluso la violencia política. Si tus oponentes no son simplemente personas que piensan distinto, sino enemigos malvados que buscan destruir la nación desde dentro, cualquier acción para detenerlos puede parecer necesaria.
La distinción académica: burocracia vs. conspiración
Es crucial distinguir la teoría conspirativa de la crítica legítima a la burocracia. Diversos estudios profesionales han analizado cómo las estructuras estatales pueden desarrollar sus propios intereses, a menudo al margen de los gobiernos de turno.
- El Mises Institute, por ejemplo, describe cómo la burocracia profesional puede actuar como una “cuarta rama del Estado”, con su propia inercia e intereses, pero sin necesidad de que exista una conspiración malévola y coordinada.
- Asimismo, el United States Institute of Peace ha estudiado cómo las redes de poder arraigadas, especialmente en democracias en transición, pueden socavar el Estado de Derecho, un concepto que analiza las estructuras de poder informales sin caer en la narrativa de la conspiración.
- Trabajos como Spying Blind de Amy B. Zegart ofrecen una visión académica y matizada del funcionamiento interno de agencias como la CIA y el FBI, mostrando que sus fallos suelen deberse a problemas culturales y estructurales, no a un complot unificado.
En definitiva, el uso del término “Estado Profundo” por parte del presidente Chaves en Costa Rica ilustra la importación de una poderosa arma retórica del debate político global.
Si bien puede ser efectiva para movilizar a sus bases y desacreditar a las instituciones fiscalizadoras, también representa un riesgo al simplificar problemas complejos de gobernanza en una peligrosa narrativa de conspiración que daña la confianza en el sistema democrático.
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Este artículo fue publicado por un editor de El Financiero asistido por un sistema de inteligencia artificial.