Hasta hace algunos años, la cortesía se asociaba a detalles tan prácticos como ceder un asiento, saludar por la mañana, abrir una puerta, e incluso lanzar un elegante piropo.
Hoy, como ayer, la cortesía sigue de moda, pero con manifestaciones un poco diferentes: reconocer las ideas innovadoras que alguien desarrolló, escribir un mensaje amable al comenzar el día, promover a una colaboradora por sus competencias profesionales, y elogiar a un integrante del equipo por su buen desempeño. Las acciones de ayer y hoy son muy similares, y aunque el contexto ha cambiado, su fundamento en la amabilidad y el respeto prevalece y es algo que denota profesionalismo.
Muchos de esos comportamientos, que estaban tradicionalmente asociados a los hombres, ahora implican a todas las personas de la organización, indistintamente de su cargo, sexo, o edad. Sin embargo, a pesar de ello y de que somos una sociedad más educada, su difusión dentro de la cultura organizacional no está tan extendida.
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El mundo de los negocios es sumamente competitivo. Lo relevante es que las características de competitividad y cooperación, que pueden darse en cualquier persona, se potencian y complementan gracias a la cortesía, una actitud profesional.
Cortesía, competencia y confianza
Puede surgir el irrespeto en las relaciones laborales cuando no se comprende que no debe existir rivalidad entre cortesía y competencia. La cortesía no es un mero gesto superficial o epidérmico. Supone también reconocer el mérito y esfuerzo de la otra persona. Esto genera confianza en las relaciones interpersonales y, por ende, en la cultura organizacional, que cuenta cada vez más con talento femenino. Se trata de un talento que se abre paso a pesar de no pocas veces sentirse opacado, o desafortunadamente acosado: actitudes todas ellas reprochables.
La pandemia pareciera ir moderando su letalidad y, con ella, deberían reducir también las tensiones internas. La cortesía no es cosa del pasado, no tiene género y es aún más necesaria en estos tiempos. Es un principio ético, que otorga estatura moral a las personas que la practican. Posiblemente sea un reflejo de los valores que se aprenden en el hogar, y que deben vivirse recíprocamente. Aún hay caballeros que saben ceder su silla y e incluso su puesto dentro de la organización. De manera análoga, hay damas que agradecen una promoción, pero pueden declinarla para atender otros proyectos personales.
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Así, de la armoniosa colaboración entre cortesía y competencia emerge la confianza. Complementarse mutuamente con generosidad y respeto es el punto de apoyo para que las tensiones laborales no desvirtúen la amabilidad y los valores que la embellecen. En consecuencia, la autenticidad y la gentileza pueden recuperar la confianza que por descuido o falta de integración personal se ha perdido. Reconocer tanto las vulnerabilidades como las fortalezas propias y ajenas permite desarrollar un trato cordial y confiado, dejando de lado una competencia egoísta y trasnochada, para dar espacio a la colaboración auténtica.
En resumen, las manifestaciones de cortesía en el trabajo han cambiado a lo largo de los años; pero tanto antes como ahora los valores que la inspiran prevalecen. No obstante, la competitividad en el trabajo con facilidad deriva en la rivalidad y el irrespeto entre colegas. Ante esta problemática, la confianza es el antídoto para revertir el daño generado en el ambiente laboral. Quizá este nuevo año podríamos intentar recuperar el sentido perenne de la cortesía, porque en buen decir del Quijote “Al bien hacer jamás le falta premio”.