Dice Yuval Noah Harari en su libro 21 Lecciones para el Siglo XXI que “… cada uno de nosotros está atrapado en numerosas y extensas telarañas (webs) que, por un lado, restringen nuestros movimientos, pero por otro permiten un ligero zangoloteo que nos lleva a destinos lejanos.”
Interactuamos con estas redes en una dicotomía continua, en unas somos parte del tejido y en otras somos un objeto atrapado; nos nutren y a la vez nos sujetan; nos sostienen y a la vez nos inmovilizan; nos influencian y a la vez nos permiten gatillar o disparar acciones en ellas. Lo hacemos en WhatsApp, Facebook, Instagram o TikTok. Sin ser conscientes de ello somos a la vez sujetos y verbo, espejos y martillo, construimos y destruimos, y, en más casos que menos, reaccionamos sin medir las consecuencias de nuestros clics o “likes”.
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Mujeres abusadas que, compartiendo su dolor en sus historias, crearon el movimiento #MeToo, o la manipulación de elecciones en Inglaterra y Estados Unidos a través de campañas de miedo. Infringir temor replicando acusaciones, o crear un falso sentido de esperanza con la cura milagrosa del virus de la pandemia.
En estas redes se mueven ciencia, conocimiento, bondad y solidaridad, pero también virus y maledicencia. El futuro será aún más complicado pues se nos viene encima dos revoluciones gemelas: infotech y biotech.
La revolución que están experimentando tanto infotech como biotech, cambiará radicalmente el mundo que conocemos. Hasta ahora era la infotech la que en mayor grado había estado impactando las actividades físicas que realizamos las personas. El advenimiento de algoritmos para controlar robots físicos y lógicos amenazaba ya con sustituir una cantidad importante de trabajos mecánicos y rutinarios o de mucho análisis y comparación o detección de patrones.
Desde hace ya algún tiempo las redes neurales han sido capaces de resolver problemas y crear soluciones de logística, diseño y simulación. Sin embargo, la parte interna de nuestra mente (la psiquis o las emociones) estaba todavía lejos de ser entendida (no ya controlada) por algoritmos o computadores. Con el tremendo desarrollo de la biotech el juego cambia y ahora es posible que redes neurales descifren, entiendan y controlen nuestros pensamientos, temores, pasiones que, al fin y al cabo, no son más que reacciones químicas que pueden interpretarse y codificarse.
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Machine learning y robotics cambiarán el trabajo de los humanos en formas que todavía no alcanzamos a comprender. La Inteligencia Artificial (IA) superará a los humanos inclusive en tareas que demandan intuición. Doloroso y difícil de creer para nosotros los humanos, pero completamente plausible.
Dice Harari que si usted cree que la IA necesita competir contra el alma humana en términos de corazonadas, la tarea es imposible, pero si UNO cree que la IA necesita competir contra redes neurales en calcular probabilidades y reconocer patrones, eso es diferente y, en ese campo, la IA tiene muchas posibilidades de ganar.
Con IA se suma, para bien o para mal, un elemento más a las redes con las que estamos conectados… o, deberíamos decir mejor, ¿en las que estamos atrapados?