Ya no hay tiempo para nada. Para detenerse, para conversar con los amigos, visitar a los padres, ejercer la espiritualidad, jugar con los hijos, o para enterrar a los muertos.
No queda tiempo para el silencio y la reflexión, para conocer al vecino, para involucrarse en causas locales y globales. Tampoco hay tiempo para la empatía, la compasión, la caridad o para procurar el bien desinteresadamente.
No hay tiempo para intentar hacer cosas nuevas. Se fuerza a ser innovadores mientras se suprime la creatividad. Se cambió la cantidad por la calidad, la competencia por la colaboración.
Todo debe ser aquí, ahora y como yo quiero. No hay espacio para el desacuerdo. Cada quien cree que es el centro del universo.
La sociedad está sumida en un frenesí por perseguir una ilusión llamada éxito. Inmersa en una corriente de consumo y apariencia. Obsesionada por el ranking. Absorta en un corre-corre donde poco el importa el hacia dónde o el para qué.
Al final, solo queda el cansancio, sueños frustrados y gente fundida ¿Por qué la definición de éxito pareciera ser incompatible con el bienestar?
Definitivamente hay algo enfermizo en ese corre-corre. Esto no es sostenible, algo tiene que cambiar.
No se puede controlar que la sociedad sea como es, que la corriente tenga la dirección que tiene. Sin embargo, a nivel individual, si se puede controlar el cómo se percibe y cuánto nos afecta. Cada uno decide el grado de importancia que le asigna a esa ilusión. Así empieza el cambio de paradigma.
Es buen momento para hacer una pausa. Respirar. Saborear. Salirse, aunque sea temporalmente de la corriente. Reinventarse. Redefinir el éxito como algo integral, como algo más colectivo que individual. Es momento de trascender, de ir más allá de lo común y corriente.
Es hora de aprender a decir que no sin remordimientos, de planificar, de resolver los problemas por partes, de hacer ejercicio y de comer saludable. Y, por qué no, de hacerse el “maje” de vez en cuando.
Es hora de emprender o retomar ese proyecto soñado. Es tiempo de tomar riesgos, ser disruptivos, pero también de ser pacientes y perseverantes.
Es tiempo de reír hasta que el estómago duela, de explorar nuevos lugares, de recuperar la capacidad de asombro.
De tener un contacto profundo con la naturaleza, de estirar la sobremesa, de borrar los sentimientos de culpa, de disfrutar esos ratos de ocio, de rascarse la panza.
Es hora de vivir intensamente. De celebrar las pequeñas victorias. De buscar la paz.