En épocas de incertidumbre, sea política o económica, en las que se cae en la desesperanza debido a decisiones que toman las instituciones, los ciudadanos suelen canjear sus ahorros por activos descentralizados cuyo valor dependa de otras instancias o mercados.
Cuando la familia del Zar Nicolás II de Rusia se vio amenazada por la revolución, a principios del siglo pasado, recurrió a coser a sus prendas íntimas las joyas que pudo rescatar de sus ajuares, con el propósito de venderlas al llegar a un nuevo destino y asegurarse así una nueva vida.
La historia da cuenta de que, al momento de su ejecución, la familia llevaba puestos aquellos tesoros.
De manera similar procedieron muchos judíos y demás perseguidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Esos activos incluían, aparte de joyas, desde lingotes de oro hasta obras de arte.
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Ya en tiempos modernos, con el caos provocado por la crisis económica y financiera internacional del 2008, un grupo de personas recurrió a la tecnología blockchain para dar base a la creación de medios de pago no centralizados (hasta ahora tampoco regulados), con el objetivo de que un individuo o entidad pudiera adquirir un bien o servicio sin necesidad de recurrir a intermediarios, o bien como método de ahorro.
Esta nueva forma de trueque reduciría de forma considerable los costos transaccionales y los tiempos requeridos para ejecutar los distintos procesos. El costo de intermediación de los medios de pago tradicionales se compone de la sumatoria de los mecanismos y procesos que los ampara, incluido el regulatorio, aunado a los márgenes que cobran las entidades por los servicios que brindan; todo ello encarece los distintos tipos de canjes.
Con las nuevas tecnologías, como las basadas en blockchain, los procesos están constituidos por “bloques” (protocolos de información) construidos por diferentes personas, conocidas como “mineros”, donde la unión o cadena de todos conforman la ejecución o perfeccionamiento de la transacción.
Eduardo Lizano
Facebook, gigante mundial de las redes sociales, ha provocado un revuelo tras anunciar la creación de la criptomoneda Libra, cuya puesta en funcionamiento se espera para el 2020.
Recordemos que la empresa creada por Mark Zuckerberg tiene más de 2.000 millones de usuarios activos, pertenecientes a muchos países del orbe. Imaginemos entonces los ingresos que esta compañía podría generar si cada uno de sus usuarios ejecutara transacciones con la Libra; esto representaría miles de millones de dólares sólo por este concepto, sin mencionar préstamos prendarios, hipotecarios, personales, para pymes y hasta de estudios, que probablemente se tramitarían y ejecutarían online.
Los socios de Facebook en este emprendimiento son PayPal, Master Card, Spotify, Vodafone, Visa y otras firmas, por lo que no sería de extrañar que esta idea convierta a la red social en uno de los mayores “bancos” del mundo desde sus mismos inicios.
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Lo anterior me hizo recordar cuando, a finales de los años noventa, alguien le preguntó al economista Eduardo Lizano —en un salón del Club Unión— sobre el futuro de los bancos. Con su natural sentido del humor, respondió: “El negocio bancario va a seguir existiendo, solo que no lo harán los bancos”.
Aunado a lo anterior, Nouriel Roubini, laureado profesor de economía de la Escuela Baruch, de la Universidad de Nueva York, manifestó recientemente su rechazo a esta nueva forma de hacer negocios, representada por las llamadas criptomonedas. Lo entiendo; debe ser difícil para un economista tradicional comprender cómo pueden funcionar monedas sin la centralización y regulación que brindan bancos y gobiernos.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha adoptado esa posición; ladran, porque cabalgamos.
Las preguntas que todos debemos hacernos son: ¿Habrá forma de parar la inmensa ola que significa el desarrollo de este nuevo mercado, basado en tecnología blockchain, que ya para estas fechas representa más de $50.000 millones diarios en compras y ventas de criptomonedas? ¿No será, en su lugar, más inteligente unirnos a la corriente y aprovechar lo que significará para nuestros hijos su inevitable desarrollo?
Todo parece indicar que, una vez más, Eduardo Lizano tenía razón con lo que afirmó hace 20 años.