Proliferan las precandidaturas presidenciales. La competencia se augura feroz a lo interno de los partidos. La oferta es amplia en términos de género, edad, atestados…
Se percibe el ambiente previo al “gordo navideño”, todo el mundo movilizado a ver qué pega. Y es que el milagrito podría repetirse: un tema emotivo permitiría ganar la lotería política.
¿Zoológico político diverso? Sin duda. Algunas especies son de avanzada edad, pero surgen millennialls. No faltan los nostálgicos del bipartidismo, que, si otrora no lograron sus aspiraciones, ante aguas tan revueltas se permiten soñar con el marlín azul.
Se avistan los expertos promotores de coaliciones restauradoras, gestores de consensos ventajistas para marginar tanta competencia. La ilusión del paraíso zapoteño los sigue encandilando.
Los liberales-libertarios, en su individualismo acendrado, se hacen virales, mientras que partidarios de la hidrocloroquina y la política cuántica regresan al juego. ¿Y los seguidores de profetas? Separados por reinterpretaciones de los textos sagrados, olvidan la fraternidad.
La ruta es compleja, partidos divididos y vueltos a dividir, ausencia de narrativas movilizadoras y programas, indiferenciación política al ritmo del monotema fiscalista, sin reactivación económica.
El multipartidismo centrífugo alimenta el escepticismo político, la oferta exagerada y la ausencia de vertebración política dinamitaron toda afiliación partidaria.
¿Podríamos asistir a un panorama preelectoral más complejo? Así parece cuando se suman intereses sectoriales dispersos, sindicatos con discursos arcaicos y atomizados, cámaras empresariales entrando al juego.
El escenario para la incursión de viejos y nuevos mesías está servido. Atención a los cantos de sirenas, a creer en lo que sea y a quien sea. Ya constatamos que la audacia política puede pagarse muy cara y la deuda la heredamos nosotros.