La supuesta invasión de la intimidad gestada desde Zapote causa indignación. El derecho a la privacidad es sagrado y esta aventura no puede maquillarse de análisis de datos riguroso, en maridaje con política pública.
El manoseo de información no confiere dignidad científica ni política a las intenciones de quienes husmearon en la confidencialidad, o que al menos pretendieron hacerlo vía decreto, irrespetando derechos ciudadanos fundamentales.
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Algunos han llamado Gestapo o KGB a esta travesura a la tica, pero perversa al fin, operada a través de la tristemente célebre Unidad Presidencial para el Análisis de Datos (UPAD).
Tales calificativos parodian acciones ridículas, aunque peligrosas. Ridículas porque, lejos de inteligencia organizada y sistemática, lo que revela la UPAD son los sueños infantiles de pac-amigos jugando al Agente 007, aunque con todas las credenciales del Superagente 86.
Defensas pueriles
Peligrosas, porque abren espacios para legitimar el fisgoneo en la órbita de lo privado, validando el actuar totalitario, disfrazado de nuevas tendencias científicas e interés público.
¿Qué objetivos de política pública perseguía el rastreo de los vehículos de la embajada de los EE. UU.? Provocar una protesta diplomática de un país amigo es imprudente y riesgoso.
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Bien por la Defensoría en levantar su voz y pedir la intervención de la Fiscalía. Las mociones de censura y repudio de los diputados tienen fundamento, lo mismo que las acciones de abogados, Procuraduría de la Ética y partidos, en defensa de la institucionalidad y las libertades.
Pueriles las defensas de altos funcionarios alegando que se trata de errores de redacción o de gazapos de abogados.
El Presidente y sus ministros están obligados a leer y reflexionar, los errores del decreto UPAD son sustantivos, no existe justificación alguna frente al burdo samueleo.